Editorial

Tonterías laicistas

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Los mil quinientos estudiantes de los colegios de  Cumaribo, en Vichada, no transigen. Plantados en la alcaldía y en la pista del pequeño aeropuerto, se están haciendo oír. Si las autoridades departamentales y municipales han sido incapaces de atender la salud o de garantizar la seguridad de la población, ¿quién nos puede afirmar que podrán con la educación? Tal es el razonamiento que los está movilizando.

Durante más de medio siglo la educación pública del departamento fue dirigida y gerenciada por la curia local, pero disposiciones recientes de la Secretaría de Educación Departamental determinaron que la educación pasará a manos de los  alcaldes y del gobernador. Podría pensarse que detrás  de la  decisión hay una voluntad y un interés en manejar el presupuesto de la educación, pero el asunto va más allá y es el mismo que en otros departamentos ha impulsado cambios parecidos. Se trata de laicizar la educación y de ponerle fin a la ingerencia de la Iglesia en los asuntos educativos.
Con un claro sentido común los estudiantes reclaman: no confiamos en el Estado que no ha sido capaz de cumplir otras funciones en materia de salud o de seguridad. Confiamos en la Iglesia que durante cincuenta años ha mantenido en marcha la educación.
Los agentes laicistas del Estado colombiano no siempre obran movidos por el sentido común; los moviliza en cambio un ardor fanático que les impide actuar de modo sereno e inteligente. En el pasado mes de diciembre un abogado, celoso defensor de la condición laica del estado colombiano,  denunció la costumbre de rezar la novena de aguinaldos en las entidades oficiales. En su reclamo ante el Departamento Administrativo de la Función Pública, se quejó porque se estaba dedicando tiempo del trabajo a una actividad religiosa y que el espacio público había sido ocupado por los pesebres y los dineros del estado se estaban gastando en natilla y en buñuelos.
Serios y acuciosos, los funcionarios consultados concluyeron que el Estado podía otorgar permisos para rezar la novena.
Una situación parecida ocurrió cuando otro diligente abogado denunció que en los despachos públicos estaba desapareciendo la imagen del general Santander, o la del Libertador Bolívar, sustituida por los crucifijos, porque hay gente que le cree más al Señor crucificado que al general Santander.
Como en el caso del Vichada, el problema no es de clericalismo o laicismo, sino de sentido común. Encontrar un problema de Estado en el rezo de una novena, más festivo y costumbrista que ritual;  o sentar protesta por el reemplazo de unas imágenes, o promover el cambio de administración de la educación de un departamento a sabiendas de que los funcionarios lo harán tan mal como en su manejo de otros servicios públicos, no es la aplicación inteligente de una política progresista, sino el retroceso al integrismo fanático; o sea, todo lo contrario de lo que en nombre del laicismo se quiere obtener.
Así como hay fanáticos religiosos, que harto mal han hecho, también están los fanáticos del laicismo, tan enceguecidos como aquellos y con una inmensa capacidad de daño, no por la doctrina que defienden, sino por su torpeza personal. VNC