Editorial

Siempre puede ser mejor

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El documento refleja una verdad que no ha sido proclamada desde los tejados; por el contrario, ha sido asordinada por una apologética que, incapaz de ver o de aceptar la realidad, acaba por ignorar las señales que Dios envía a través de los hechos de cada día.

La encuesta sobre la familia que servirá como material de trabajo al sínodo sobre la familia ha dejado en evidencia que alrededor de los temas matrimonio y familia han crecido disentimientos y distancias. Para los temerosos se trata de los signos de una división, otros hablarán de cisma. Para otros son señales de una inaplazable renovación. En efecto, es otro reto para la Iglesia.

Las quejas de los que respondieron la encuesta sobre familia por la oscura y confusa redacción de las preguntas parece un detalle de forma, pero, atendidas con el espíritu abierto de quien aprende de sus errores, esas quejas son voces que guían hasta llevar al descubrimiento de un problema de comunicación dentro de la Iglesia. Es un problema que tiene que ver con el lenguaje, con los contenidos y con la naturaleza de la relación en el interior y hacia afuera de la Iglesia.

Al comunicar, ¿qué se pretende? ¿Comunicar como ejercicio de poder? Los encuestados sienten y resienten el tono autoritario en documentos y prédicas. ¿Se comunica, acaso, para prestar un servicio y como quien comparte? Es lo que sucede cuando las formas al servicio de los contenidos son claras, sencillas y diáfanas, como la predicación de Jesús.

¿Esa comunicación es de arriba hacia abajo, dentro de estructuras verticales que sitúan a uno por encima de los demás? ¿O es comunicación en línea horizontal de quien habla y escucha, de quien comparte, sin imponer? La encuesta deja ver la incomodidad de los que soportan una agenda determinada por una neurosis (la fijación en lo sexual; hablar de normas y mandatos más que de la buena noticia) y no por la alegría de compartir un hallazgo.

El reciente mensaje del papa Francisco sobre la comunicación que lleva al encuentro y a la comunión responde cabalmente a ese reclamo de la encuesta y abre el camino para un examen de la comunicación dentro de la Iglesia.

Esa distancia que separa a los bautizados de a pie de los textos doctrinales y de sus voceros la explican en la encuesta los que señalan el autoritarismo de los doctores de la fe, como una fuente de confusión y alejamiento. No se puede separar ese autoritarismo tonal de un sentido y regodeo en el poder. 

Si en vez de ese tono de superior a subordinado se hubiera utilizado un acento fraternal, los resultados pastorales serían otros

Los que, ante las reacciones de rechazo contra la doctrina oficial que cruzan por la encuesta, se preguntan con cierta perplejidad qué está pasando,  encontrar una explicación en el fastidio ante lo autoritario. Si en vez de ese tono de superior a subordinado se hubiera ensayado la calidez y sinceridad de lo fraternal, los resultados serían distintos. Sobre todo porque en la doctrina sobre matrimonio y familia se trata de emprender ascensos y de recorrer los caminos duros del compromiso y de la negación de sí mismo, que son los que llevan a la fidelidad y al amor activo con que se construyen un matrimonio y una familia. El mismo Jesús rechazó a los que imponen a otros cargas pesadas que ellos ni siquiera llegan a tocar.

La eliminación de lo autoritario cambiaría, ciertamente, las voces que se oyen en la pastoral.

Con distintos tonos y giros se lee en la encuesta el rechazo a la fijación de predicadores, catedráticos y pastores en el sexo y en las normas que lo regulan. Entre una sociedad obsesionada por el sexo, y una Iglesia que, según los encuestados, parece pensar que la entrada al Reino de Dios pasa exclusivamente por el control del sexo, el creyente ve cerrados todos los caminos. La vida cristiana aparece cundida de prohibiciones que sepultan la buena nueva, oscurecen el rostro de Jesús y reducen la existencia humana a una lucha estéril contra la sexualidad. ¿Cuánto hay en el hombre de hoy de sometimiento al sexo ambiente y cuánto de terror al sexo pecado? La encuesta provee elementos fácticos válidos para emprender una revisión de las prioridades de la doctrina.

Cuando la encuesta recoge las expresiones de los encuestados sobre el tratamiento de la Iglesia a divorciados y homosexuales, se repiten expresiones, como respuestas ideales: hospitalidad, respeto y dignificación. También, como si fuera un sueño, hablan de acogida. Es otra forma de condenar la insistencia enfermiza en las normas y la renuencia a pensar en positivo y en soluciones. El papa Francisco, en cambio, ha propuesto que la pastoral esté atravesada por palabras como misericordia y ternura y de concederle la prioridad a los heridos antes que a los polemistas. Divorciados, homosexuales, alejados, son heridos que requieren samaritanos en vez de levitas y doctores de la ley. Ya había llamado la atención sobre esta debilidad de la pastoral tradicional el papa Francisco. Lo repite ahora la encuesta, con un llamado de urgencia.

La encuesta incomodará a muchos y llenará de esperanza a otros. A todos enseñará a mirar a la Iglesia en su dimensión real.

Escribía Hans Küng que “la Iglesia real es la Iglesia pecadora”. Y explicaba que “la historia de la Iglesia es una historia humana, historia rica y, no obstante, tan mísera; ancha y, no obstante, estrecha; grandiosa y, sin embargo, tan mezquina”.

Es lo que ha tomado a su paso por la historia y lo que ha consolidado guiada por el Espíritu. La historia de las discrepancias y de las circunstancias que condujeron al distanciamiento que denuncian los encuestados se convierte en un reto para los creyentes y para la Iglesia. No es la hora de apologéticas ni de supuestas defensas de la ortodoxia, sino de aportar para ese esplendor, sin mancha ni arruga de la Iglesia.

La Iglesia santa “son los creyentes que apartados del mundo pecador, han sido trasladados a la nueva existencia cristiana”. La encuesta, verdadero signo de los tiempos, así lo ha hecho ver. Por eso en esta edición Vida Nueva ofrece un análisis respecto a algunos de sus resultados (ver página  8). Es una oportunidad para ver a la Iglesia en sus múltiples dimensiones; para sentir a la vez sus debilidades y la grandeza que le confiere el Espíritu de Dios que la habita.