Editorial

Samaritanos en la red

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El Papa descubrió que en la red también aparecen los buenos samaritanos. En su mensaje para la 48ª jornada de las comunicaciones, dejó entender que todo el que comunica puede ser ese ejemplar de ayuda al prójimo que describió Jesús en la parábola del Buen Samaritano.

Sí, están los heridos y los agobiados por los asaltantes de todas las pelambres, pero el número y la categoría de los que necesitan la ayuda del samaritano es aún más amplio.

Si la tecnología digital logró el prodigio de acercarnos a todos los humanos dispersos por el ancho mundo y de convertirnos a todos en próximos (prójimos); también hizo cercanos los sufrimientos, las alegrías, las dudas y las preguntas de todos, ¿qué hacer frente a ese inesperado acercamiento? ¿Seguir adelante, indiferentes, como si el asunto nos pudiera ser tan ajeno como fue aquel herido para los apresurados levitas y sacerdotes?

Esta resulta ser una consecuencia de la aplicación de una tecnología de comunicación que el Papa mira con otros ojos y que él muestra al mundo bajo una dimensión diferente.

El niño y los jóvenes la miran como el grande e inagotable juguete; también lo ven así los adultos pero para ellos, además, es un eficiente instrumento de trabajo y un logro admirable de la tecnología. Francisco va más allá de ese deslumbramiento del nativo digital y ve en los aparatos una conquista humana que nos puede hacer más humanos: “la comunicación es una conquista más humana que tecnológica, ayuda a crecer en humanidad”.

Es una mirada nueva que descubre unas potencialidades de la tecnología digital y, siguiendo la comparación con el Buen Samaritano, la vuelve acercamiento, compromiso, acción eficaz en favor del herido que ha sido abandonado a la orilla del camino. El Papa hace entender así “la comunicación en términos de proximidad. Quien comunica, se hace prójimo, se hace cercano”.

Con la tecnología digital ocurre, en efecto, la paradoja de que permite la comunicación instantánea eficaz; es lo más parecido a la supresión del tiempo y del espacio. Y sin embargo, aísla a los humanos. El del cibernauta que ante su pantalla ve desfilar al mundo y logra miles de contactos, es un ritual solitario que lo abstrae de todos los demás que tiene alrededor, en una reunión, en una cena o en una conversación cara a cara. El zumbido de llamada rompe el contacto con los presentes visibles y lo sustrae para llevarlo al contacto con un ausente que hace presencia virtual.

Pero también es posible que “la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad, no una red de cables, sino de personas humanas”.

Cuando la gente de hoy echa de menos unas normas de cortesía en el uso de los celulares y de internet, intuye borrosamente que el instrumento tecnológico deshumaniza e interfiere en las comunicaciones entre personas y en vez de propiciar el encuentro, favorece los desencuentros.

El Papa insiste en la parábola del samaritano “que es también una parábola del comunicador” y anota: “el Buen Samaritano no solo se acerca, sino que se hace cargo”. Y descubre otra posibilidad: “no se trata de reconocer al otro como un semejante, sino de ser capaz de hacerse semejante al otro”. Además de la transmisión de contenidos, la comunicación es, sobre todo, un acercamiento, y una coyuntura para el compromiso.

El paso apresurado e indiferente del sacerdote y del levita de la parábola no evitó la información sobre la existencia del herido, pero sí el acercamiento. El uso de las nuevas tecnologías puede multiplicar los contactos, pero puede anular y deshumanizar los acercamientos.

O lo que es peor, la comunicación como negocio que induce al consumo y a la manipulación de las personas. Este es un peligro del que no escapan los medios de la Iglesia.

Y advierte el Papa: “no se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás”. Una vez más alude Francisco en este documento a la “autorreferencialidad” de esa comunicación que se convierte en propaganda institucional y no en “testimonio de una Iglesia, casa para todos. Abrir sus puertas es abrirlas tanto para la gente de cualquier condición de vida que se encuentre, como para que el Evangelio salga al encuentro de todos”. La parábola del Buen Samaritano aún le sirve a Francisco para describir lo que debe ser la evangelización a través de los  medios.

“Que sea aceite perfumado para el dolor” es la primera recomendación para unos medios de comunicación cada vez más poderosos. Todo su poder debe orientarse hacia el dolor del mundo, que debe ser aliviado.

En la entrevista con Spadaro había hecho una referencia a las apasionadas polémicas sobre control natal, eutanasia, homosexualismo, y habló de la acción de la Iglesia como la de esos médicos que en el campo de batalla solo tienen tiempo para atender a los heridos, que son su prioridad.

El herido a la orilla del camino es la prioridad. No importan ni su nacionalidad, ni su religión, ni las normas sobre pureza o impureza; importa curar la herida, liberarlo del dolor y salvar su vida y, por tanto, “ser aceite perfumado para el dolor”.

El medio de comunicación, agrega “ha de ser buen vino para la alegría”. Ni el humo espeso de las batallas apologéticas, ni la gritería estruendosa de los propagandistas, sino la buena noticia que alegra el corazón e ilumina los rostros. En los medios de comunicación debe hacer presencia una “Iglesia que acompaña y que se pone en camino con todos” como el Buen Samaritano. Esto es lo que Francisco descubre y nos descubre, en los medios de comunicación.