Editorial

Sacar la cara por el profesor de Religión

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España enfrenta hoy un déficit de profesores de Religión en Educación Secundaria y Bachillerato. El informe elaborado por Vida Nueva a escala nacional y autonómica, tanto en la escuela pública como en la concertada, invita a una profunda reflexión sobre el estatus de los docentes y el compromiso eclesial con la presencia del hecho religioso en el aula.



Entre otros motivos, esta carestía de candidatos se presenta como respuesta a unos requisitos académicos que se sitúan por encima de los exigidos para cualquier otra asignatura. A esto se une una falta de previsión en el pasado ante la falta de relevo en consagrados y sacerdotes que en no pocas escuelas asumían este rol. Este gesto denota, de paso, la escasa formación de un laicado en el que no se pensó como agente imprescindible en la educación católica.

Por si fuera poco, la inestabilidad de una materia que desde la firma de los Acuerdos Iglesia-Estado ha estado sujeta a los vaivenes políticos, ha disparado los riesgos de apostar por una profesión que puede no tener un futuro asegurado. Eso, sin olvidar el factor sociológico y demográfico que ya se percibe en una reducción en la matriculación, especialmente significativa en Educación Infantil. Todos estos elementos confluyen hoy para propiciar un contexto nada favorable para que un joven católico con vocación docente se decante por ser maestro de Religión, especialmente en las etapas superiores.

Cuando el debate de la asignatura se pone sobre la mesa política y mediática, se recuerda una y otra vez que se trata de un derecho de los padres. Pero no menos cierto es que también conlleva unos deberes por parte de quienes han de velar para que sea una realidad. Y no solo por parte de los poderes públicos. Compete a la Iglesia abordar la cuestión de fondo más allá de defender sus intereses, por vía judicial si fuese necesario cuando de forma ilegal se limitan sus horas lectivas o se les prohíbe desempeñar otras tareas. Sacar la cara por ellos y no dejarlos a la intemperie pasa, además, por redefinir tanto el perfil del docente como su itinerario formativo, así como ahondar en la razón de ser de la Educación Religiosa Escolar (ERE), contemplando los escenarios posibles con realismo y audacia.

La Iglesia no se puede permitir que el profesor de Religión se convierta en una especie en extinción, un extremo que se está dando ya en algunas regiones de nuestro país y que está propiciando que haya centros en los que no se oferte la asignatura por falta de personal. Por eso, abordar sin demora y sin complejos la cuestión conlleva apostar por la continuidad de la asignatura, pero lo que es más importante, cuidar como se merece a los niños y jóvenes que de forma mayoritaria todavía hoy se matriculan en Religión.

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