Editorial

Rouco Varela o un estilo de gobernar la CEE

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Publicado en el nº 2.605 de Vida Nueva (Del 15 al 21 de marzo de 2008).

El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, ha sido elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para el trienio 2008-2011. Con dos votos de diferencia, las elecciones dieron su apoyo a alguien con experiencia en el ámbito de la CEE, en donde fue presidente desde 1999 a 2005. Para la vicepresidencia, los obispos eligieron a Ricardo Blázquez, presidente estos tres últimos años. Su gestión ha estado presidida por el consenso en importantes documentos, su estilo dialogante y la consecución de destacados logros con el Gobierno socialista. La tensión de esta legislatura ha hecho más difícil su actuación, mermada por fuerzas externas e internas de la propia Iglesia. Su nueva responsabilidad en la vicepresidencia, lograda de forma significativa y que permite una lectura más interna, pone de relieve el apoyo a una manera de hacer las cosas, o la queja a la forma en que se hacen otras. Ambos vuelven a trabajar juntos, como antes en Salamanca, en Santiago de Compostela e, incluso, en Madrid. Dos maneras de entender la presencia de la Iglesia en la sociedad, pero con una misma base teológica, aunque con compañeros de viaje muy diferentes.

Varias claves marcarán esta nueva etapa, y no debe olvidarlas un hombre como el cardenal de Madrid, que, ya en la comparecencia pública tras su elección, hablaba, en clave conciliar, de comunión y colaboración. Es la hora de la realidad y esta vez será diferente a las anteriores en las que estuvo al frente de los obispos. Ahora sus hermanos le piden otra cosa bien distinta.

Rouco tiene una tarea prioritaria hacia el interior de la Iglesia española: ahondar en la comunión que Benedicto XVI pide con frecuencia. Comunión según el Vaticano II; no desde la uniformidad, sino desde la integración. Un hombre hábil e inteligente no echará en saco roto lo que la mitad del Episcopado, la mayoría del mapa periférico, le está pidiendo: establecer cauces para una comunión afectiva y efectiva entre todos los obispos. Una comunión que ofrezca la verdad del Evangelio hoy, con una garra más testimonial que vociferante e impositiva, y una presencia profética sin identificaciones partidistas. En Añastro es posible entenderse, y quienes tanto dicen que no deben usarse claves políticas para interpretar las elecciones episcopales, no pueden caer en la trampa de aplicarlas tan dual y torticeramente.

La segunda tarea, paralela a la primera, es su posicionamiento en la España de hoy, incluidos sus gobernantes, autores de leyes que afectan al cristianismo. Rouco tendió la mano ofreciendo colaboración, aún antes de las elecciones del domingo que le dieron la victoria a Rodríguez Zapatero, quien también ofreció mano tendida a todos. El sentido común pide que se aleje la crispación y se restauren los puentes rotos. Un enfrentamiento y un excesivo alineamiento de la Iglesia con un sector político concreto pasa factura a la Iglesia. Alejarse de espacios políticos, sin dejar la crítica sana, evangélica y profética, devolverá a la Iglesia el papel referencial y propositivo que le corresponde por esencia y misión, y que demostró saber hacer en los años de la Transición.