Editorial

Retos

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Los acuerdos de paz que se firmen en La Habana seránuna estéril teoría si no se para el odio al otro que ha sido rotulado como enemigo

No son nuevos pero adquieren una especial urgencia en este año 2016 parar el odio y ponerle freno a la deforestación y destrozo de la naturaleza.

El reto de parar el odio contiene el mandato de la conciencia nacional de parar la guerra y a él se le asocian los deberes patrióticos como el de estar abiertos para recibir a los que hasta ayer fueron mirados como enemigos.

Los acuerdos de paz que se firmen en La Habana serán una estéril teoría si no se para el odio al otro que ha sido rotulado como enemigo. Una es, en efecto, la paz que firmen los gobernantes en nombre de la ciudadanía y otra la que debe hacerse desde el interior de cada ciudadano. Es esta la que le da validez y vigencia histórica al logro político.

Una encuesta nacional de salud mental hecha en 2015 sorprendió a los expertos: “carecemos de lo más básico: la empatía por el sufrimiento del otro”, anotaron.

Esa empatía, sin embargo, es un elemento básico para que una sociedad viva en paz. Este dato se complementó cuando los encuestadores averiguaron por las maneras de pensar de los colombianos. Encontraron un 27% que piensa que “las únicas personas que me interesan son las de mi familia”. 57% admitieron que cada quien tiene que solucionar sus propios problemas, mientras hubo un 20% que afirmó que “la vida se me ha vuelto tan dura que ya no me duele nada”.

La gravedad del reto se puede percibir, también, detrás de las cifras del Banco Interamericano de Desarrollo cuando pregunta sobre el costo que estamos pagando por nuestra violencia, que nos ubica por encima del promedio regional latinoamericano, con 30 asesinatos por cada 100.000 habitantes. El costo de esa violencia equivale al 3% del PIB, una cantidad con la que podría duplicarse el ingreso del 20% de la población más pobre; o asumir los costos del combate contra el cambio climático que son iguales al 2% del PIB.

Debajo de las cifras de esta encuesta de Cifras y Conceptos para el Premio nacional de paz, se siente crepitar el fuego inextinguido del odio. Tal como lo dijeron los encuestados, Colombia es un país que en un 48% no le daría trabajo a un exguerrillero o a un exparamilitar. Un 50% de los colombianos no admitiría que sus hijos estudiaran en el mismo colegio con esos antiguos miembros de grupos armados ilegales; a los que el 49% rechazaría como vecinos y el 72% repudiaría como novios de sus hijas.

Son los datos reales de una situación que tiene que cambiar para que Colombia pueda vivir en paz. Lo contrario sería admitir que, concluida en la mesa de negociaciones, la guerra continuara en la vida diaria de un país empeñado en tomar venganza de sus enemigos, ahora desarmados. Tal es el primer reto de 2016.

El otro sonaba como desafío para solo una parte de la sociedad, esa que ama los árboles, los animales, los ríos, el aire limpio y los paisajes con sensibilidad poética. Pero los términos en que se discutieron en París, al finalizar el año, estos problemas, mostraron otra cosa: se trata de asuntos de vida o muerte para el mundo y para nuestro país. Por otra parte, la encíclica Laudato si’, del papa Francisco, demostró que es un grave asunto de la conciencia individual.

En Colombia, los términos del problema parecen resumirse en los datos del Instituto Geográfico Agustín Codazzi: la tercera parte de la tierra está mal utilizada porque en vez de servir para reforestación o cultivo de alimentos, los ganaderos, los mineros y los narcotraficantes la subutilizan y la destruyen. Sin que nadie lo impida se están destruyendo en promedio 336.000 hectáreas de bosques cada año.

Si se piensa en las consecuencias dañinas para toda la población expuesta a sequías, inundaciones, pérdida de cosechas, carencia y carestía de alimentos, destrucción de viviendas y de vidas humanas, se entiende que es un reto detener la desforestación y emprender la protección del medio ambiente como asunto de conciencia y complemento de las tareas para detener el odio.