Editorial

Coronavirus: reconstruir desde el servicio

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La pandemia del coronavirus ha generado una crisis a escala global con consecuencias todavía hoy difícilmente cuantificables. De lo que no cabe duda es del dolor inabarcable de quienes han perdido a sus seres queridos y de las heridas en tantas familias sin recursos.

Ante tanta incertidumbre y desaliento, emergen cientos de iniciativas solidarias que dejan entrever a una sociedad que renace en medio del caos. La propia vida brota en los hospitales, donde se entrecruzan el duelo, la fragilidad y la esperanza en el futuro.



Desde estos parámetros, cabe preguntarse sobre la llamada ‘desescalada’ que algunos países han comenzado al reducirse los contagiados. Un mañana que ha de esbozarse desde los cimientos del sentido común y la fraternidad, como salvaguardias para minimizar el virus de la exclusión y pobreza que contagia con más voracidad que el COVID-19.

La Iglesia no puede permitirse quedar atrás ni ajena a este desafío compartido, sino que ha de ganarse su espacio para contribuir en la toma de decisiones –a golpe de Doctrina Social– en su mensaje y caridad en la acción. En estos días, los pastores y la comunidad cristiana pueden verse tentados por la narrativa política de las recriminaciones, dejándose atrapar por discursos partidistas.

La denuncia eclesial ha de tener mayor altura de miras y situarse en clave de la reconstrucción, como voz propositiva y, tal vez, incómoda, pero ajena a cualquier tinte ideológico o doctrinal.

Actuar con responsabilidad

De puertas para dentro, la Santa Sede ya ha puesto en marcha una súper comisión interdicasterial para afrontar el día después. Consciente de las repercusiones a medio y largo plazo, ha tomado decisiones que hablan de la dimensión de esta catástrofe, como aplazar el Encuentro de las Familias y la JMJ, las dos citas multitudinarias con mayor proyección universal del catolicismo.

Las conferencias episcopales están llamadas a actuar con esta misma madurez y responsabilidad. No tiene sentido precipitarse y fingir una vuelta a la normalidad que no será tal. Entre otras cosas, porque se podría caer en la trampa, por ejemplo, de anteponer el rito por el rito, disparando el riesgo de contagio, a la vez que se cosifica la vida sacramental y se pierde la oportunidad de promover una auténtica vida de fe, personal y comunitaria, que responda al nuevo contexto.

Cómo ser y hacer ante el complejo contexto, requiere de profetas que sepan afrontar este presente con valentía y prudencia, desde la contemplación orante, en un discernimiento constante para responder con sabiduría y prontitud a las necesidades de un pueblo que necesita volver a creer. Y para ello, la Iglesia debe ser creíble, con la credibilidad que solo da la profecía del servicio.

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