Editorial

¿Qué atrae a los lobos y a los cuervos?

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La carne podrida atrae a los gallinazos, los objetos brillantes seducen a los cuervos y la carne tierna de las ovejas a los lobos; donde hay dulce se congregan las hormigas y el néctar llama a los colibríes.

Es apenas lógico preguntar qué es lo que en el Vaticano atrae a personajes como Lucio Ángel Vallejo o Francesca Chaouqui o al mayordomo aquel, ladrón de documentos, o a los monseñores del Banco Vaticano que lavan dineros o los extravían. ¿Son Vallejo, Chaouqui lobos o cuervos u ovejas heridas que requerirían cuidado pastoral, pero que están en el lugar equivocado en sus cargos pastorales o de guías de pastores?

No es sano que los lobos se vistan con piel de oveja o que lobos y cuervos se paseen con apariencia de dignidad entre las ovejas.

Cuentan los cronistas que la avidez de mitra ha movilizado a Vallejo y que la amargura por no haberla alcanzado lo ha malaconsejado.

Es el brillo del poder, concentrado en el Vaticano, el que atrae a los cuervos. Las palabras y las acciones del Papa parecen tener en cuenta ese factor cuando previene contra obispos y sacerdotes con aires de príncipes o contra el “carrierismo” y la adoración del poder que, como la del dinero, vuelve idólatras a los hombres de Iglesia. El poder y el dinero son demonios todavía por exorcizar.

A Chaouqui, lo mismo que a Gianluigi Nuzzi y a Emilio Fitipaldi, autores de libros de escándalo, los ha atraído, como la miel a las hormigas, el secreto. Los secretos son un buen negocio, con ellos se promueven escándalos, ventas de periódicos, revistas, libros y notoriedades.

Las aparición pública de las cartas de Benedicto XVI y, ahora, de documentos y comunicaciones de Francisco, plantean la pregunta: ¿se necesita tanto secreto en la ciudad de Dios? ¿Qué pasaría el día en que las curias, comenzando por la del Vaticano, se propusieran ser transparentes en cumplimiento del mandato de Jesús: “que vuestra palabra sea sí sí, no no”; así, sin sofismas, ni restricciones mentales, sin medias palabras o verdades incompletas?

Los secretos son recursos del poder, que dan poder, defensas con las que los poderosos cubren lo que no resiste la mirada ni el examen del público. Los secretos le servían a la Iglesia imperio; sobran en la Iglesia servicio. Mantenerlos y multiplicarlos es atraer a los cuervos y a los lobos.

También los atraen los colores vistosos, el tintineo de las joyas y el esplendor de los altos nombramientos. Toda esa trivialidad curial la rechazó Francisco desde su llegada, pero aún deslumbra a eclesiásticos obsesionados por el ascenso y seducidos por el brillo de las sedas y los colores vistosos asociados a la presencia del poder.

La lucha del Papa por recuperarle al aparato eclesiástico los dones de la austeridad y de la sencillez es parte de su empeño por recuperar para la jerarquía eclesiástica la fisonomía evangélica.

Para lobos y cuervos es atractiva la pompa del poder que aún se asienta en el Vaticano. Son rezagos que aún quedan en costumbres y rituales y que se han vuelto incomprensibles. Esa escena, ya desaparecida a pesar de su brillo, del cortejo que avanzaba desde el fondo de la gran basílica, que se abría con la guardia suiza, resplandeciente entre sus coloridos uniformes medievales; tras ellos unos nobles romanos de riguroso frac ceremonial que llevaban en sus hombros la plataforma con el trono en que el pontífice, vestido de ceremonia, bajo la triple corona que destellaba sobre su cabeza y rodeado de criados uniformados que agitaban flabelos, como los de la reina de Sabá, esa, es una escena que hoy resultaría una obscena ostentación de poder.

Sin embargo, los viudos de esa ostentación en la que veían el poder de la Iglesia echan de menos esa pompa que, al desaparecer, piensan, mermó el poder de la Iglesia.

Las historias del banco Vaticano con monseñores lavadores de dinero, de alianzas de negocios con las mafias y de curas con uñas largas para manejar el dinero que debía ser para los pobres y que se dilapidaba en saraos ejercen un poder casi hipnótico sobre los lobos.

Entre los aullidos y los graznidos de cuervos y lobos ha crecido, sin embargo, la conciencia de lo que debe ser la Iglesia que anuncia Francisco. Es una Iglesia en contravía con la lógica del mundo, que, como la cruz, es locura y rechazo de las idolatrías.

Habla el Papa de pastores con olor de oveja; denuncia las catástrofes que trae sobre el mundo la religión del dinero; en su modo de vivir proclama la urgencia de la sencillez y la alegría como argumentos del Evangelio.

Nada de esto atrae a los lobos ni a los cuervos, pero sí a todos los hombres de buena voluntad.