Editorial

Primero los motores, después los hambrientos

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Los congresistas de Estados Unidos que votaron a favor de la propuesta de incrementar el uso de biocombustibles, no podrán darles a sus electores más pobres una respuesta satisfactoria cuando les reclamen por el encarecimiento y escasez de los alimentos. En este momento el 40% del maíz que antes servía de alimento, hoy se dedica a la producción de combustibles. “El maíz quedó fuera del alcance de la gente pobre”, sentenció Marie Bell, analista de Action Aid, citada por el New York Times. Entre junio y diciembre del año pasado, el maíz aumentó su precio en 73%.

Una medida parecida a la del congreso de Estados Unidos se adoptó en la Unión Europea, en China, India, Indonesia y Tailandia, que decidieron producir más biocombustibles y menos alimentos.
La ecuación vigente en el mundo parece ideada por una mente perversa: a más tierra, para más combustible, menos producción de alimentos y más hambre en el mundo.
Esa ecuación en Colombia es aún más dramática porque merced a una política oficial del ministro de agricultura del anterior gobierno, significó: más tierra para más biocombustibles, igual a más sangre, y más desplazamientos y más hambre.
Como bien se sabe, buena parte de los sembrados de palma africana han crecido en tierras sangrientamente arrebatadas a los campesinos que, o murieron o fueron arrojados de sus propiedades. Y en esas tierras dejaron de cultivarse alimentos.
Han contribuido, además, al encarecimiento de los alimentos, otros inesperados factores: la elevación de los precios del petróleo, el mal tiempo y las inundaciones que afectan a más de dos millones de colombianos, en su mayoría campesinos que durante largos meses no podrán cultivar sus tierras inundadas. La suerte de los 90 reactores distribuidos en 18 países europeos depende de los resultados de la decisión antinuclear alemana después de la tragedia de Fukushima. Y un apagón nuclear implicará una búsqueda de fuentes alternas de energía, entre ellos, más biocombustibles y menos alimentos. Y como sentencia en el New York Times el especialista de la Fao, Olivier Dubois “tenemos que abandonar la idea de que actuar para la producción de energía no compite con los alimentos. Es casi inevitable que lo hagan”.
Parece una historia terrorífica y cruel: a los industriales del campo les interesan menos los humanos que los motores. Con tal que estos se mantengan en marcha y aumenten las ganancias, lo demás importa poco. Por eso en Colombia expulsan a los campesinos o los asesinan si osan regresar a sus tierras o ven con indiferencia el aumento del hambre. VNC