Editorial

Pascua, la renovación de una esperanza viva

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Pascua de Resurrección. A la par de los levantes de la Aurora, cuando rompe el día, alborada de esperanza y con esa certeza que da el mañana, asoma la esperanza en medio del dolor y del sufrimiento, en medio de la noche oscura. Valga la metáfora tan metida en el simbolismo litúrgico y en la vida de la Iglesia. No es sueño ni quimera. Es carne viva. La Pascua es viva y actual.

La Pascua es alborada de esperanza. La Iglesia se alegra y celebra la vida que nos regala el Crucificado que vive con sus llagas y sus heridas aún abiertas. No hay Resurrección sin antes un Viernes Santo. Y no es soflama que evada del hoy, sino aliento que marca el mañana. En esta Pascua, el cristiano busca aliento y mañana sin ocaso.

En estos días contemplamos las llagas del dolor en la miseria y sufrimiento de la Humanidad. No somos ajenos ni estamos ciegos. Por eso, este año debemos reactivar la esperanza. Una Pascua en la que ha de reverdecer con fuerza la mirada abierta.

Bien lo cantaba Machado en su poema Al olmo seco encontrado en los campos de Soria: “Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido. (…) olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de tu rama verdecida./ Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida,/ otro milagro de la primavera”.

Hay que luchar para que no pierda el alma
y para que la persona recupere su dignidad,
que han robado y anulado
los poderes del tener, el poder y el saber.

Y es que hoy la Pascua siembra de esperanza el mundo en el que se abre un cuadro de dolor y sufrimiento que se refleja en muchas facetas: el hambre que asola a una extensa geografía y que afecta a los más pequeños; a los jóvenes que en estos tiempos luchan por una vida digna, por un trabajo que los dignifique y que, en revueltas juveniles, quieren luchar y gritar sin tirar la toalla; a los más ancianos, a los que las nuevas relaciones familiares los tienen olvidados; a las parejas rotas, desestructuradas; a los que sufren la emigración, la injusticia y el clamoroso olvido.

Un panorama desolador en la crisis económica y financiera, abonada por la crisis moral de injusticias lacerantes. Un nuevo orden mundial está empezando. Hay que luchar para que no pierda el alma y para que la persona recupere su dignidad, que han robado y anulado los poderes del tener, el poder y el saber. No podemos vivir la realidad con los ojos tapados, como no pueden eliminarse las llagas abiertas que señalan la Cruz del Señor.

La Pascua de este año ha de tener connotaciones de esperanza. Cristo muere para vivir y devuelve su sentido más profundo a la vida, aun en medio del dolor, porque el amor que se hace mesa fraterna es el que va haciendo camino de futuro.

Que esta Pascua sea una ocasión que nos vivifique desde la renovación de la fe, la esperanza y el amor en la noche santa, símbolo de un mañana nuevo. Y para eso, que cada día de este Triduo Pascual que nos disponemos a celebrar, sea un paso más para vivir la esperanza como hijos y la caridad como hermanos.

Hay que fertilizar con los dones de la Pascua los corazones desgarrados. Hay que trabajar con esa esperanza los senderos del mundo. Nunca el cristiano se ha aliado a lo negativo. Siempre ha apostado por un futuro. El cielo nuevo y la tierra nueva que Cristo abre.

En el nº 2.795 de Vida Nueva. Del 31 de marzo al 13 de abril de 2012