Editorial

Oración, Evangelio y responsabilidad

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Contra todo pronóstico apocalíptico sobre la juventud, damos fe de que aún son muchas más las cosas buenas que las malas. Es que grupos juveniles los hay a montones, no solo en el ámbito eclesial, sino también en el civil. Lo que importa es que se reúnan con el objetivo de hacer el bien. Pero cuando se hace el bien teniendo como eje la dimensión espiritual, todo cobra un sentido diferente.

De eso se trata el Movimiento Luceros, una agrupación juvenil uruguaya que surge “como un fruto de la oración” –“Es ella la que da lugar y sentido a todo lo que vino después…”–, que los lunes y los miércoles, luego de rezar el Rosario, “salimos a repartir comida, abrigo y un rato de charla con personas que viven en la calle”. ¡Vaya si esta actividad no es algo bueno! Acaso, ¿toda la juventud está perdida?

En estos tiempos gobernados por una “modernidad líquida” (en palabras de Zygmunt Bauman), la vertiginosidad de las acciones y el relativismo de las creencias cala hondo en las personas. La velocidad con la que hoy se vive hace olvidar lo que pasa alrededor. Quizás la oración puede ser un aliciente para frenar, pensar sobre uno mismo, reflexionar sobre los que nos rodean. A lo mejor, eso ayude a mirar al que sufre como uno igual a nosotros y así propiciar iniciativas como las que lleva adelante el Movimiento Luceros.

Es innegable que la clave está en el Evangelio. Así nos lo presenta Carlos María Galli en el Pliego: “el Papa insiste en sus escritos y alocuciones en la urgencia de ‘renovarse desde la frescura original del Evangelio’, de ‘vivir el Evangelio sin glosa, sin comentario’ o de ‘renovarnos en la alegría del Evangelio’”.

Con el ejemplo de estos jóvenes uruguayos del Movimiento Luceros, con la certeza de que seguir el Evangelio de Jesús nos hace más hermanos, –como constantemente nos manifiesta el papa Francisco– y siendo consciente de las responsabilidades que se deben asumir como cristianos, un grano de arena aportaríamos a nuestro mundo, para que la sociedad en la que vivimos sea realmente un lugar distinto, sin desigualdades, ni falta de oportunidades, en donde la dignidad no sea una palabra para engalanar discursos progresistas, sino una profunda convicción por la que valga la pena vivir.