Editorial

Ocio que ensancha el espíritu

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Hace apenas un par de semanas, ofrecíamos a nuestros lectores un ‘Pliego’ con un amplio abanico de propuestas (formativas, solidarias…) para aprovechar de otra manera los meses de verano. Entre ellas, abundaban los retiros y los ejercicios espirituales, una alternativa al tiempo de ocio cada vez más extendida hoy día. No solo en ambientes eclesiales, sino también entre tanta gente que aguarda las vacaciones para recuperar cierto control en sus vidas: sacar adelante tareas pendientes y, sobre todo, poner en orden pensamientos, sentimientos y vivencias que se diluyen en el fragor de la rutina diaria.

Como ponen de manifiesto las páginas del ‘En vivo’ de este número, cada año son más las personas –creyentes y no creyentes– que acuden a monasterios y otros centros de espiritualidad en busca de un espacio para el encuentro con lo más profundo de sí mismas y/o para fortalecer su relación con Dios.

Sin embargo, estos períodos de intimidad y calma interior requieren algo más que un lugar ajeno a los horarios y las prisas, un clima de silencio o bellos paisajes donde reposar la mirada y reconciliarnos con los milagros de esa naturaleza a la que tan frecuentemente maltratamos.

Convertir nuestro tiempo de ocio en una ocasión propicia para el cultivo del espíritu necesita también de una pedagogía y del acompañamiento de alguien que nos guíe en el camino que conduce a un descubrimiento único: hacer de la vida experiencia de Dios. Y en el ‘Pliego’ de esta semana encontramos algunas claves para acercarnos a este objetivo.

El paréntesis estival nos brinda
una oportunidad inmejorable para afrontar
sin excusas todas esas situaciones
que ponen a prueba nuestra madurez
–humana y espiritual– y “trascenderlas”.

Enfrascados en el ritmo laboral del resto del año, nos vemos incapacitados a menudo para disfrutar del sano hábito de contemplar la vida y de prestar una mínima atención a cuanto acontece en ella.

Pues bien, el paréntesis estival no solo puede y debe paliar esta carencia que arrastramos durante el año, sino que nos brinda una oportunidad inmejorable para afrontar sin excusas todas esas situaciones que ponen a prueba nuestra madurez –humana y espiritual– y “trascenderlas”, pasarlas por el crisol de la fe y la oración. Solo entonces, cuando sentimientos y problemas se hacen plegaria, adquiere también el alma su necesario sosiego.

El verano nos invita a emplear el tiempo libre de manera creativa y responsable, que, en clave cristiana, implica buscar (y encontrar) a Dios en cada una de las maravillas de su creación, pero, sobre todo, reconocerlo detrás de quienes caminan a nuestro lado –habitual o circunstancialmente– y desafían esa capacidad de acogida y entrega que solemos reservar para los más íntimos.

De todo ello dependerá el deseado crecimiento psicológico y espiritual al que aspiramos, ese perfecto equilibrio que unifica afecto, creencia y voluntad, y que, en un ejercicio de libertad, nos llama a aceptar la realidad como un don.

Y como un regalo hemos de vivir el tiempo de ocio. Que estas próximas semanas sean días de auténtico renacimiento, de los que extraigamos toda esa riqueza oculta bajo el polvo de la monotonía, de tal modo que, en contacto con nuestras aspiraciones más profundas, devolvamos un mayor sentido a nuestra vida y nuestros afanes resulten más fecundos. ¡Feliz verano!

En el nº 2.808 de Vida Nueva. Del 7 al 13 de julio de 2012.

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