Editorial

Mucho más que el Papa de la renuncia

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Tras su fallecimiento en la mañana del 31 de diciembre, Benedicto XVI entra en la Historia. En realidad, ya atravesó ese dintel cuando el 11 de febrero de 2013 anunció su renuncia a la sede de Pedro. Aquella decisión conmocionó al orbe católico y sorprendió al mundo en general, pues no había precedentes inmediatos, y más aún teniendo en cuenta los últimos años agónicos de Juan Pablo II en el ejercicio de su cargo.



El desconcierto que generó su ‘jubilación’ desató todo tipo de especulaciones, hasta el punto de dar por hecho que la habrían precipitado baches complejos en su pontificado, como la crisis de la pederastia y las corruptelas curiales visibilizadas en el ‘caso Vatileaks’. Una y otra vez, el pontífice alemán ha justificado el echarse a un lado por su frágil salud de hierro, que después se ha traducido en casi una década de retiro. En cualquier caso, generó otra situación inédita en el seno eclesial: la existencia de un papa emérito y la convivencia con el siguiente sucesor de Pedro.

Sin estatuto ni manual de instrucciones alguno, lo cierto es que tanto Francisco como Benedicto XVI se han convertido en ejemplo de un empeño que desgraciadamente no resulta tan común en un escalón justo por debajo de la esfera eclesial: comunión en la diversidad desde lo cotidiano. Y eso que no han faltado quienes han querido enfrentarles, utilizándoles como arma arrojadiza el uno contra el otro.

No ha sido esta una batalla precisamente generada desde la opinión pública externa, sino desde las sacristías y, lamentablemente, desde el propio entorno del anciano pastor. Afortunadamente, la delicadeza y exquisitez con la que ambos pontífices han sorteado todas estas trampas, han frenado no pocas oportunidades para el enfrentamiento. Ambos han representado y representan en el día a día una cultura del cuidado mutuo de la que también carece la sociedad. Esto no es óbice para que, como ya ha manifestado en alguna ocasión Jorge Mario Bergoglio, sea necesario regular la figura del obispo emérito de Roma, teniendo en cuenta el aumento de la esperanza de vida en esta coyuntura histórica.

Teólogo reconocido

Con todo, reducir la figura de Joseph Ratzinger a su dimisión resultaría errado, teniendo en cuenta su incuestionable aportación en materia como la lucha contra los abusos sexuales, y el legado magisterial que deja uno de los teólogos más reconocidos del siglo XX. Por sus investigaciones como profesor universitario en la búsqueda incansable de la verdad, como prefecto para la Doctrina de la Fe a través del Catecismo y, como pontífice, desde la apuesta por el diálogo fe-razón.

El enfoque y la hondura de sus escritos hace que en estos días se hable incluso de la posibilidad de que, antes o después, se le proclame doctor de la Iglesia, además de iniciar, cuando corresponda y con la serenidad debida, su causa de canonización, al igual que con los papas que le han precedido.

Pero, por encima de estas loas intelectuales, Benedicto XVI se despide de esta tierra como se presentó al mundo aquel 19 de abril de 2005, como “un humilde trabajador de la viña del Señor”.

Así se encamina el pontífice alemán hacia la Casa del Padre, con un testamento espiritual que deja un aviso a navegantes de especial relevancia en los tiempos eclesiales que corren: “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”.