Editorial

Marzo negro

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El tono pendenciero que utilizó el presidente Santos para referirse a las Farc, cuando las amenazó con un marzo negro, no le hace bien alguno al proceso de paz, ni aumenta la confianza ciudadana en la política de paz del Gobierno. Los distintos atentados ocurridos después hacen pensar que como respuesta, la subversión se propuso demostrar que el marzo negro sería para el país.
Se puede concluir que por cuenta de las desafiantes palabras presidenciales en solo dos semanas las  Farc secuestraron a 23 trabajadores petroleros en Vichada, atacaron la estación de policía de Algeciras, dieron muerte a dos soldados en combates ocurridos en Planadas, asaltaron una patrulla que custodiaba una remesa del Banco Agrario, en el Cauca y dieron muerte a 4 policías y a dos civiles y en Chaparral, vereda La Marina el Frente 21 atacó con explosivos al ejército y dio muerte a dos soldados. La experiencia larga de casi cincuenta años de guerra, debería haber dejado la convicción de que la paz en Colombia no se obtendrá con las boquillas de los fusiles o de las metralletas.
El diabólico equilibrio de las fuerzas, entre una subversión empoderada en la selva y en territorios de colonización en donde el Estado está casi ausente, y unas fuerzas armadas, con apoyo tecnológico de alta calidad, con músculo financiero cada vez más fuerte, pero con experiencia inferior a la de la guerrilla que ha acumulado la experiencia equivalente a la de varias generaciones de militares, un enfrentamiento así -se ha visto- no podrá resolverse con la victoria del más fuerte. Tampoco es un problema de los que se pueden abordar con actitudes emocionales ni con trucos de propaganda como los de las falsas desmovilizaciones.
Mucho menos podrá esperarse de una política de paz iniciada con la secreta ambición de ganar un Nobel de Paz, como ya sucedió en el pasado, o bajo el influjo enceguecedor de una venganza personal.
El escandaloso número de muertos de esta guerra de medio siglo, los enormes costos en armas, soldados y recursos,  la destrucción de bienes de campesinos y habitantes de pequeñas poblaciones, deben ser una notificación suficiente y convincente del fracaso de la vía armada.
Monseñor Rubén Salazar resumió la experiencia acumulada en estos decenios, al afirmar que “este conflicto no tiene solución por la vía armada. Solución exclusivamente militar, no habrá. Hay que abrir la puerta al diálogo político, no solamente entre la guerrilla y el Gobierno, sino también entre toda la sociedad y el Gobierno porque el conflicto armado no es sino un aspecto del problema social de Colombia”.
Y si el gobierno escucha a la sociedad, es muy posible  que se tenga en cuenta el argumento que disuadió a la guerrilla del M 19 de su proyecto armado. Cuenta el exguerrillero Antonio Navarro que “nos convencimos de que los colombianos estaban abiertamente decididos a apoyar opiniones de cambio, pero pacíficas”. Y esa fue la razón de peso -no fue el poder de las armas- que los llevó a la mesa de negociación. Por esos años la guerrilla salvadoreña enfrentaba el mismo dilema de luchar con armas o con votos, y recuerda el excomandante del FMLN Joaquín Villalobos, que su decisión de negociar nació del ejemplo del M 19. “Lo que ocurrió en Colombia ayudó a contrarrestar la idea de que era malo hablar con el contrario”.
La paz no pasa por los marzos negros de que habló el presidente. VNC