Editorial

Luz, alegría y encuentro

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vidriera con san José, la Virgen María y el niño Jesús en Belén

EDITORIAL VIDA NUEVA | Al concluir 2013, volvemos la mirada hacia los hechos que atestiguamos a lo largo del año y, quizá como nunca, podemos estar seguros de que la inercia en el plano social y humano, si no es ficticia, es apenas deseo de inmovilidad más que de continuismo. Estar abiertos al cambio inesperado, a la posibilidad inimaginable y al acontecimiento maravilloso es condición irrenunciable de quien se encuentra en el camino y quiere comenzar a andar y a donar algo de sí.

El día 12 del mes 12 del 2012 a las 12:00 horas, Benedicto XVI escribió el primer tuit pontificio a través de la nueva herramienta de comunicación que ha roto paradigmas en el modelo de socialización humana; en febrero, el mismo Joseph Ratzinger sería el primer papa que, desde la plena libertad y conciencia, decidiera renunciar al gobierno pontificio mientras aún sintiera las fuerzas y la claridad mental para hacerlo correctamente; un mes más tarde, Jorge Mario Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires, sería el primer sucesor petrino de origen latinoamericano y quien habría de elegir el nombre del pobre de Asís, Francisco, como base del ejemplo para compartir el programa de la Iglesia católica para el hoy y el ahora.

Un año lleno de sorpresas que más de uno ha mirado con desconfianza; pero, tras estos sucesos inéditos, sin embargo, hay un acontecimiento que se hace nuevo en cada era y que se custodia bajo la misma tradición: la presencia de Dios, que, al hacerse uno de nosotros, nos acompaña personalmente en el andar cotidiano de nuestro vivir, un andar que sugiere cambios y transformaciones que ponen a prueba nuestra confianza.

El ser humano aguarda con esperanza
la luz que ilumina rincones oscurecidos por la indiferencia,
que arropa y acoge con presteza y paciencia
a quienes ya han sido descartados…

El ser humano aguarda con esperanza la luz que ilumina rincones oscurecidos por la indiferencia, que arropa y acoge con presteza y paciencia a quienes ya han sido descartados, que abriga con perdón y misericordia a los arrepentidos y que muestra el camino a casa, donde aguarda la alegría y la plenitud, donde ocurre un encuentro renovado. Para los cristianos, es Jesús el origen y destino de esta profunda convicción.

En este 2013 fueron difundidos dos documentos pontificios de gran importancia para alimentar esta confianza: la última entrega de la trilogía teológica comenzada por Benedicto XVI, Lumen fidei, y la primera exhortación apostólica de Francisco, Evangelii gaudium. Destacan ambas la necesidad de permitir que la luz y la alegría hagan caminos de encuentro entre las personas y de la propia humanidad con Dios.

En el primero se descubre que la luz de la fe está convocada a iluminar los senderos del hombre y de cada época en que este se encuentre; de poco ayuda una fe que se mantiene encendida para lucir estática como un trofeo adquirido. “Quien cree, ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino”, indica la famosa encíclica a cuatro manos entre Ratzinger y Bergoglio.

En el segundo, se reconoce que, sin alegría, los deseos de transmitir la Buena Nueva pueden reducirse a fórmulas, reglas y leyes o tradiciones en vías de incomprensión. Pero, como apunta el Papa: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. Este renacer es el motor que acompaña y renueva, que atrae al centro del Misterio y empuja a las periferias de un acontecimiento que siempre está necesitado de encuentro.

Ese encuentro, personal y concreto,
es esperanza porque puede comunicar
esa luz requerida y compartir
la alegría de una vida nueva, renovada.

La síntesis de la experiencia cristiana está precisamente en el encuentro y en la expresión de amor; se trata de un abrazo que toca la carne y que, por ello, la trasciende. Apunta Francisco en su exhortación que la realidad es superior a la idea: “El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo. (…) Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño. La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia”.

En una de sus últimas audiencias, Ratzinger reflexionaba sobre la donación de Dios hacia los hombres: “La salvación traída por el Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en que se encuentre”. Y la donación del Creador lo fue desde su encarnación: “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”.

Como Jesús, tenemos oportunidad de dar mucho más de lo que creemos posible, pero, “en nuestro donar, no es importante que un regalo sea más o menos costoso; quien no logra donar un poco de sí mismo, dona siempre demasiado poco. Es más, a veces se busca sustituir el corazón y el compromiso de donación de sí mismo con el dinero, con cosas materiales”.

Es por ello que ese encuentro, personal y concreto, es esperanza porque puede comunicar esa luz requerida y compartir la alegría de una vida nueva, renovada.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Del 21 de diciembre 2013 al 3 de enero 2014. Sumario del número especial