Editorial

Los signos perdidos

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En Semana Santa se multiplican los signos y con ellos, el peligro de que el signo oculte el significado.
La liturgia del miércoles de ceniza, por ejemplo, utiliza las cenizas con el significado que ha tenido en las distintas culturas; la liturgia católica tomó ese signo para denotar que la vida es breve y un humilde tránsito que va desde el polvo de donde procedemos, al polvo, o ceniza en que nos convertiremos.
¿Fue algún catequista aconsejado por algún publicista el que le cambió sentido al signo de arrojar cenizas sobre la cabeza, por la cruz ostentosa que cubre la frente, o la cruz artística grabada con un sello de caucho, que hacen del feligrés una valla publicitaria ambulante?
El evangelio es más discreto y habla de que se vean, más bien, las buenas obras; si es que se trata de hacer una pública profesión de fe.
Hay otro signo y precepto a la vez que es la del ayuno y la abstinencia de carnes. Pero tanto el signo como el precepto, vaciados de su contenido y transformados  en simples formas, ha llegado a manifestar lo contrario cuando el día de vigilia, o abstinencia de carnes, se reconoce en casa porque cambia el menú habitual y se sirve sancocho de pescado, o mariscos, o langosta, o cualquiera otra delicia marina.
Hace unas semanas, casi en vísperas del inicio de la cuaresma, apareció en la prensa la noticia: en Bogotá se sirven platos que cuestan casi medio millón de pesos.
Un restaurante ofrece River Belonga Malosol, una variedad de caviar a $449.900 el plato. Más modesto es el King crab de Alaska, a $140.000 el plato, hay platos de ostras a $96.000 y langosta a $ 95.000.
Se pueden pedir los viernes de cuaresma y el mismo viernes santo, porque no quebrantan el precepto de la vigilia. Desde luego, una vigilia o abstinencia de carnes que ha perdido su sentido. VNC