Editorial

Los obispos le apuestan a la paz

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Como cualquier colombiano que ha sentido en su piel los desgarramientos que provoca la violencia, los obispos han tomado partido por la paz.

“Si Dios quiere, antes del fin de año se firmará el cese del conflicto”, asegura esperanzado el cardenal Rubén Salazar Gómez. “Soy moderadamente optimista, los negociadores han demostrado un trabajo serio que da resultados, pese a los momentos de crisis”.

No es un optimismo aislado, de él participan los 77 obispos reunidos en su 97ª Asamblea plenaria en la primera semana de julio. El nombramiento de monseñor Luis Augusto Castro, como presidente del episcopado, fue una señal clamorosa: nadie que haya estado más cerca del proceso de paz. Desde 2005 se vinculó a la Comisión de Conciliación Nacional y, manejando con tino de orfebre la situación entre el Gobierno y las Farc, logró el 15 de junio de 2006 la liberación de los 70 militares que permanecían en manos de las Farc. Su nueva presidencia tiene para él un sentido claro: “si me pusieron en este cargo fue para que siguiera acompañando todo el esfuerzo que la Iglesia colombiana ha hecho en favor de la paz”.

Ese esfuerzo responde a una expectativa del pueblo colombiano. Son significativas las respuestas a las encuestas de opinión sobre el tema. En octubre de 2013 era visible la desconfianza hacia las Farc (78%) y sólo el 21% creía en el fin del conflicto. Sin embargo, el 48% manifestó su deseo de que las conversaciones de La Habana no se interrumpieran con motivo de las elecciones. Era la esperanza a pesar de la desconfianza.

Ese escaso número de los que creían en el final del conflicto armado en 2013, aumentó después de las elecciones en este año y la encuesta de Datexco registró un 52% de colombianos que creen que habrá firma de acuerdos de paz. Un dato parecido obtuvo la firma Cifras y Conceptos cuando en octubre de 2013 entrevistó a 2.155 líderes de opinión de todo el país, sobre las expectativas para este año. El 40% señaló el final del conflicto armado como la máxima previsión. En el 2012 sólo el 19% lo había considerado así. Había, pues, una expectativa de paz en crecimiento cuando los 77 obispos colombianos escogieron al arzobispo de Tunja como su presidente, y este anunció sin vacilaciones que “debemos aprovechar el momento para ponerle punto final al conflicto”.

Esto significa que la Iglesia deberá asumir unas difíciles tareas. Como afirmó monseñor Castro “es importante reforzar la importancia y el capital de la reconciliación para el bien profundo de la comunidad”. Es una tarea que no se hace con sermones. “El trabajo hecho es fácil porque todo el tiempo han hablado de conceptos y nadie tiene problemas en manejar conceptos; pero en la reconciliación el tema es de corazón. La guerrilla tiene que aprender a pedir perdón y a responder por las cosas que hizo, en el marco de la justicia transicional”, dijo el arzobispo el mismo día de su nombramiento.

Debemos aprovechar el momento para ponerle final al conflicto (Monseñor Luis Augusto Castro)

Recordando el duro proceso de paz de Irlanda, el parlamentario Jeffrey Donaldson dijo hace poco en Washington: “El Ira mató a miembros de mi familia y, sin embargo, sirvo en el parlamento junto a representantes del Ira. Hay que pensar en el futuro, no en el pasado”. A consideraciones como esta, de sentido común, habría que agregar “que las cosas queden claras para que no queden resentimientos, para no repetir la historia de otros países en donde se firmaron procesos de paz, pero se siguen odiando”.

Esta mirada de monseñor Castro hacia el futuro revela la necesidad de la verdad como fundamento de la paz. Cuando los expertos del Banco Mundial en su informe sobre el Desarrollo Mundial dicen que “hay que restaurar la confianza” como una acción indispensable, están llamando la atención sobre una construcción necesaria que tiene como cimiento la verdad del Gobierno y de la guerrilla y de toda la sociedad. Las comisiones de la verdad se proponen esa recuperación de la confianza, necesaria para un ambiente de paz.

Simultáneamente con esas tareas de reconciliación, la pastoral de la Iglesia deberá atender las que el cardenal Salazar llamó “enfermedades crónicas del país, que son las que engendraron el conflicto”. La mirada de los obispos va más allá de lo inmediato de unos acuerdos, de un sistema de justicia transicional o de unas reinserciones. El postconflicto será más complejo porque sobre el organismo del país seguirán operando esas causas internas: desigualdad, intolerancia, exclusiones, injusticia, irrespeto y negación del otro. Advertía el cardenal Salazar: “cuando creemos una sociedad con valores compartidos de honestidad y respeto, y con capacidad de resolver los conflictos de manera pacífica, en ese instante cesará la violencia”.

Agrega el arzobispo Castro, haciendo alusión a la deshumanización de la vida nacional después de 50 años de guerra interna: “nos hemos vuelto fríos frente al sufrimiento ajeno, no entendemos el valor de la vida. Las víctimas y los victimarios son los primeros que deben abordar un proceso de deshumanización porque ellos fueron deshumanizados”.

Desde distintos puntos llegan las voces de aliento: “Hay mucho más avance que en el pasado”, escribe en su columna el internacionalista Juan Gabriel Tokatlian, “ese acuerdo puede abrir un camino inédito”, agrega. “Veo una negociación progresando, no estamos debajo del 60 o 70 por ciento de resolver el problema”, dice Luis Maira, delegado de la presidenta chilena Michelle  Bachelet para acompañar el proceso de La Habana. “Sin el conflicto la economía crecerá en un 8%, se generarán 700.000 toneladas más de alimentos”, concluye el Centro de Recursos para el análisis del conflicto (CERAC). “Aquí hay una oportunidad real de progreso y esto se traducirá en una región más estable”, prevé el irlandés Donaldson. Son voces que se unen a la del episcopado cuando, en palabras del cardenal primado, prevé “la construcción de un país justo, solidario, fraterno, democrático que garantice los derechos humanos y que sea capaz de vivir en paz”.