Editorial

Ladrones que roban a los pobres

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Para ganar más dinero un contratista de los comedores comunitarios preparó los alimentos con materias primas de baja calidad. Así reza la denuncia presentada en el Distrito contra una empresa que les está robando a los pobres lo que el Distrito destina para ellos en su programa de alimentos.

Al mismo tiempo el gobierno nacional informa que le está respirando sobre la nunca a un gobernador de la costa que está robando ayudas para los damnificados por las inundaciones. En este caso el ladrón justifica su delito diciendo que con ese dinero, o con esos alimentos se hará campaña política, un fin que aparentemente justifica los medios torcidos. Hacer política a cualquier precio ya  había engendrado las alianzas con narcos y paramilitares.  Robar es malo en cualquiera circunstancia, tienen un atenuante cuando se trata de personas que apremiadas por el hambre roban para sobrevivir, y tiene un agravante cuando se les roba a los pobres y a los menesterosos, como en el caso del gobernador de marras. Si como en el dicho, “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”, el ladrón que roba a los pobres debería tener cien años de prisión, por ladrón y por canalla.

Pero el asunto merece otra consideración: un contrato para servir a los pobres (el caso de los comedores) o a las víctimas (el caso de las ayudas a los damnificados) no puede considerarse igual que el contrato para construir un edificio público, una carretera o la explotación de un canal de televisión. Son contratos de otro rango.

Quien trabaja para los pobres ha de tener una calidad humana suficiente para entender el sufrimiento de los pobres, para valorar su dignidad y para solidarizarse con ellos. El nuevo gran gerente, pomposamente denominado el Zar de la Reconstrucción, no solo será el gerente de las grandes obras, además encarnará la esperanza de los dos millones de víctimas que todo lo perdieron y que todo lo esperan de él. En esa gerencia se necesitará una máxima capacidad administrativa y técnica, pero sobre todo, un fino sentido humano. No le bastará la vigilancia sobre los corruptos, o la eficacia gerencial,  sobre todo necesitará un espectacular despliegue de humanidad. Las prioridades tendrán que ser dictadas, antes que por criterios técnicos,  por consideraciones de humanidad. Las acciones y el talante del personal y el manejo de los recursos no solo han de estar libres de corrupción, sino de la frialdad de los administradores. Para servir a los pobres y a las víctimas no basta ser un buen técnico en administración, es indispensable ser una buena persona.