Editorial

La Vida Religiosa y el cuidado de la comunidad

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EDITORIAL VIDA NUEVA | La Jornada de la Vida Consagrada que se celebra el próximo 2 de febrero es una llamada a la alegría. Toma como base este año la Evangelium gaudium del Papa. Los consagrados, manteniendo la alegría de su vocación, anuncian la Buena Nueva en todos los rincones donde están, especialmente donde no hay motivos para la alegría. Allí tienen que sembrar razones para ella. El Evangelio es alegría, gozo y paz. Ellos son sus heraldos.

Una jornada importante para toda la Iglesia, no solo para los consagrados en la Vida Religiosa. Se ha de vivir como una jornada eclesial, pues la Iglesia los necesita, pero sanos, entregados y sin lastres.

Hay algo previo que no debe olvidarse. Tanto las Iglesias diocesanas como las congregaciones religiosas se complementan. Una Vida Consagrada que sirva a la comunión aportando su carisma propio, sin caminos paralelos ni guerras de guerrillas, asumiendo la entrega común y el don recibido, pero la tarea diversa. Los religiosos llegan a muchos lugares a los que las Iglesias diocesanas no pueden por falta de vocaciones, de preparacion o de medios.

Hace falta fomentar esa comunión cada vez con más fuerza. Mucho está en juego si no se abren cauces y no se establecen puentes. En España se viene haciendo con satisfaccion, aunque con no pocos esfuerzos.

Además de esa comunión, es muy importante el saneamiento de la propia vocación consagrada. La Iglesia necesita consagrados que trabajen sin descanso, no solo en el trabajo apostólico o en las tareas desbordantes en los límites, sino también hacia adentro, en la propia vida comunitaria.

Además de esa comunión, es muy importante
el saneamiento de la propia vocación consagrada.
La Iglesia necesita consagrados que trabajen sin descanso,
también hacia adentro, en la propia vida comunitaria.

Hombres y mujeres con equilibrio afectivo y psicólogico; con las cabezas bien amuebladas, capaces, con su formación, de dar razón de la fe a quienes se la pidieren y en los muchos foros donde se encuentran. Hombres y mujeres que profundicen en la vida de piedad, en la oración compartida, en la consagración del tiempo.

Potenciar la vida espiritual hacia el interior de la comunidad, lejos de ser una pérdida de tiempo, es un aval que el mundo necesita hoy día como referencia. Y por último, no han de olvidar que el termómetro para saber si la comunidad funciona o no es esa inmensa caridad pastoral que se ha de desarrollar en la tarea apostólica.

Un ejemplo podría resumir lo que hoy el mundo y la misma Vida Religiosa necesitan. Hay religiosos con un trabajo desbordante, con una agenda repleta, requeridos por todos. Hacen un bien inmenso allá donde están. El reloj no tiene horas. Acaban cansados y llegan a sus comunidades extenuados por el trabajo pastoral. En sus mismas comunidades hay otros menos activos, más retraídos, que dieron mucho, y ahora quizás están atravesando desiertos personales. Están esperando que los hermanos vuelvan y les dediquen un tiempo, una palabra, un gesto. Derrochar hacia fuera lo que escatimamos hacia dentro es un peligro que se cobra muchas víctimas. Aquellas heridas que se pretende curar en la calle están abiertas y supurando en el hermano de la celda vecina, aquel que, agachado en la comunidad, espera que alguien le diga que lo quiere.

Hay mucha tarea que hacer fuera, pero no descuidemos la de dentro.

En el nº 2.880 de Vida Nueva. Del 1 al 7 de febrero de 2014.

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