Editorial

La verdad de las víctimas

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El impacto producido por la presencia de las víctimas en La Habana es tan positivo que se puede afirmar que las conversaciones de paz eran unas antes de la llegada de las víctimas y comenzaron a ser otras después.

Las víctimas desplegaron dos formas de la verdad. La primera fue su testimonio: se limitaron a contar su sufrimiento con palabras que habían madurado en su interior durante los años pasados después del golpe destructor de la ofensa. No fueron palabras de laboratorio, pensadas y ordenadas de acuerdo con una fórmula, sino las que habían tomado forma en ese horno espiritual de un sufrimiento que les había cambiado la vida. La otra forma de verdad fue su presencia física ante guerrilleros y negociadores del Gobierno.

Dijeron su verdad y reclamaron, a cambio, que se les entregara la verdad de los hechos. No tuvieron prioridad las reparaciones o los reclamos de sanciones y castigos. El dolor impone unas prioridades y la verdad es la máxima prioridad para una víctima. ¿Por qué?

Para las víctimas, como para cualquier ser humano, la verdad es necesaria porque ella permite que uno se reconozca a sí mismo y porque posibilita la apertura a los otros. Sin verdad se vive en un permanente engaño y cualquier relación se vuelve una mentira. La relación con los demás solo es posible sobre la base de la verdad.

En el caso de las víctimas esa relación ha sido dolorosamente deteriorada por la ofensa y sus consecuencias; por eso para ellas la verdad tiene un poder sanador.

Con la verdad se sienten más cercanos el perdón y la reconciliación

La reacción alegre, casi feliz, de las víctimas después de oírle decir al victimario que no debió ser así, que fue una equivocación, que necesita el perdón, demuestra que la verdad sana su herida. Tal es la oportunidad que están encontrando las víctimas en La Habana: el reconocimiento de que los hechos sí ocurrieron, de que no debieron ocurrir; esa verdad es una rehabilitación pública de la dignidad de las víctimas y lleva implícito el mensaje de que esto no debe ocurrir nunca más.

Esa expresión pública de la verdad contiene, además, unos claros mensajes:

Abre los ojos de la sociedad a lo que sufren millones de personas. Las informaciones diarias sobre el conflicto, abundantes, repetitivas, comerciales, han creado costumbre e insensibilidad. En cambio, el escenario de las conversaciones, el cara a cara de víctimas y victimarios tiene el poder de remover la costra de indiferencia e insensibilidad; es la verdad que sacude y despierta a los dormidos e insensibles, para hacer caer en la cuenta de que también es nuestra responsabilidad cuanto ha sucedido.

La verdad, además, despeja la sombra espesa de las deformaciones, ocultamientos, silencios y aprovechamiento político de los hechos. Así, la verdad impide que una verdad oficial, interesada o superficial, sea la que predomine.

Sin la verdad la justicia se vuelve imposible. ”Es una urgencia fundamental de la justicia”, reflexiona Tony Myfsud, al estudiar la Comisión de la Verdad de Chile. El reclamo de una paz con justicia está más cerca del alarido de venganza, porque deja a un lado la verdad. Una verdad sin justicia es una mentira; así como la justicia sin verdad es arbitrariedad. La justicia es una verdad en acción; por eso el reconocimiento social de la verdad es el comienzo de la justicia. Nunca había estado la sociedad colombiana tan cerca de la justicia como en esta manifestación de la verdad de las víctimas.

También se sienten más cercanos el perdón y la reconciliación. En los procesos de paz logrados en el mundo se ha llegado a la persuasión de que la verdad y la justicia son condiciones necesarias para la reconciliación. Son sólidas las reconciliaciones que se hacen con los ojos abiertos y mirando de hito en hito los ojos del ofensor. Volver los ojos al otro lado, o cerrarlos para no ver la ofensa, es una forma de encubrimiento que solo obtiene una paz aparente y de forma, porque no garantiza que el mal no se repetirá. El día en que se firme la paz, para que haya reconciliación, el país tendrá que conocer la verdad de lo ocurrido en los últimos 50 años de guerra; ocultarlo o disimularlo solo fomentaría el ambiente sórdido de las venganzas.

Las numerosas expresiones de perdón que se leen y escuchan en estos días, demuestran su validez cuando el que perdona sabe qué perdona, a quién perdona y por qué lo perdona. El perdón no prospera entre la inconciencia de los olvidos y de la no verdad. Para que haya perdón debe producirse un reconocimiento de la culpa; porque, más que un acto emocional y de sentimiento, es una actitud creadora, de reconstrucción orientada por la verdad y apoyada en el deber de justicia.

La verdad es la máxima prioridad para una víctima

La larga guerra ha dejado sobre el cuerpo social colombiano la fea cicatriz de la desconfianza, que mina su unidad y que impide su desarrollo económico y humano. El impacto de la violencia ubicua y constante llegó a crear la idea de que para sobrevivir hay que desconfiar. En una situación así la verdad tiene el restaurador poder de acercar, de dar calidez a las relaciones entre las personas y de llenar de humanidad la vida social.

Las víctimas, convertidas en referentes centrales de las conversaciones de paz, les están aportando a los negociadores su verdad; pero, al mismo tiempo, están obligando a la sociedad colombiana a entender que sin verdad no hay justicia ni reconciliación ni perdón ni dignidad para las víctimas ni paz para la sociedad.

Puesto que se trata de una actitud interior, más que de una postura intelectual, la verdad resulta ser una conquista del espíritu que Colombia necesita y espera de los profesionales del espíritu.

La habilidad de los negociadores, la audacia de los políticos, la lucidez de académicos, escritores y pensadores, será una contribución escasa si la voluntad de verdad no predomina sobre cualquier otro interés en la mesa de negociaciones y en la conciencia del país.