Editorial

La Santa Sede aclara sus cuentas

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El motu propio con que el Papa anunció la creación de la Autoridad de Información Financiera (AIF) hará desaparecer los vidrios polarizados en la Santa Sede e introducirá la transparencia en las costumbres de los organismos eclesiásticos.

Una herencia de los viejos usos cortesanos ha sido la afición por el secreto. La vida eclesiástica se ha llenado de secretos que bien pueden ser aconsejados por la discreción caritativa, la necesidad defensiva o el apetito de poder. Pero el hombre de nuestro tiempo desconfía de los que se amparan detrás de los cortinajes pesados del secreto, tan cercano a las medias verdades y a la mentira, y se regocija cuando wikileaks sacude cortinas y archivos y deja al descubierto lo que calla el poder.

La exigencia de hablar con transparencia y claridad no es nueva. En el evangelio se escucha como consigna, que los discípulos de Jesús han de saber decir sí, si o no, no,  sin disimulos ni aduanas mentales. Si antes se pudo creer y escribir que encubrir los delitos de un eclesiástico contribuía a mantener sin mancha y sin arruga el rostro de la Iglesia, hoy la situación es otra: esos silencios la hacen aparecer cómplice o tolerante con los delincuentes. Las decisiones del Papa en relación con los delitos de pederastia o con los manejos de dinero del Banco Vaticano, indican que la era del secretismo curial ha finalizado y con ella la de los rumores, potenciados por los medios de comunicación y convertidos por ellos en dogmas inapelables. Los intentos de la delincuencia para lavar dineros con agua bendita, encontrarán el obstáculo de la AIF. Pero más que eso, se levantará imponente la voluntad de no dejar rincones oscuros en la vida de la Iglesia. A todos debe llegar la luz.