Editorial

La relación de todo con todo

Compartir

Los que leen la encíclica Laudato si’ encuentran, entre otras sorpresas, una referencia constante a la relación que hay de todo con todo; es una idea que se repite en distintas formas, por lo menos, en 18 apartes del documento.

La expresión más común de esa idea es la de la unidad entre el mundo de la naturaleza y el del hombre, que rompe la sensación de distanciamiento entre el ser humano, inteligente, espiritual, con un rango de superioridad y de libertad que lo diferencia de la naturaleza –sean el sol o las amebas– solo materia, regida por leyes inmodificables y con un destino ciego. En la visión del pontífice esa distancia no se debe dar: “todo está relacionado y el cuidado de nuestra vida y de nuestras relaciones es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (70).

Amplía esa idea más adelante al relacionar ambiente, seres humanos y sociedad como objetos del amor de los humanos. Tan real y profunda es esa unión, que la crueldad con un animal “no tarda en manifestarse con las demás personas” (92); “Todo está conectado” (38), repite el Papa sin disimular su asombro: “ni siquiera los átomos, ni las partículas subatómicas se pueden considerar por separado. Así, las ofensas a la naturaleza las sufre la parte más pobre” (48), apunta al unir dos ejes de la encíclica: la relación de todo con todo y los pobres: “(Hay) relación entre los pobres y la fragilidad del planeta (…) En el mundo todo está conectado” (15).

Como le ocurría a san Francisco de Asís, a este nuevo Francisco le asombra la cercanía que percibe entre todos los seres creados: “para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos” (34). Y concluye: “todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración” (42).

Es una capacidad totalizadora que, cuando falta, “lleva a perder el sentido de las relaciones que existen entre las cosas” (110), observa al referirse a las especializaciones impuestas por la tecnología: “impide encontrar los caminos adecuados para resolver los problemas más complejos del mundo”.

Esa integración de todo es la que permite “reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inserto en sus estructuras (…) cuando no se lo reconoce tampoco se conoce el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad, difícilmente se escucharán los gritos de la naturaleza. Todo está concatenado” (117).

En otra parte la encíclica señala aplicaciones de esa conexión de todo con todo. “Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de la vida humana. Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales” (142).

También muestra los efectos de esa construcción de relación en la vida personal: “la persona humana más crece, más madura y más se santifica cuando entra en relación; todo está conectado” (240).

Una ecología integral es el resultado de esta relación de todo con todo: “ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integradas” (139).

Esta preocupación por el todo en todo deja al descubierto la necesidad de mirar detenidamente los efectos de cada acción, puesto que esa intensa y múltiple relación vuelve a los seres humanos responsables de todos, como sucede con los habitantes de una casa en donde todo es común y cercano; pero, además, descubre la riqueza y dignidad de cada ser humano, que puede sentir al mundo y a la humanidad como extensión de sí mismo. Tal es el sentido de la acción de gracias incluida en la oración final: “danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos con todo lo que existe”. Un sentimiento de unidad que aleja la soledad y cualquier sensación de impotencia y debilidad de los seres humanos.