Editorial

La paz, tarea personal e irrenunciable

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El nuevo año nos trae viejas guerras (Sudán del Sur, República Centroafricana…) y un escalofrío (el del centenario de la Primera Guerra Mundial). Nos trae también este 2014 viejos ecos de racismo y xenofobia que la historia nos dicen que han acabado en resabios, odios y conflictos. Abstraídos en las crisis económicas y financieras, no queremos ver la crisis social que siempre acompaña a aquellas, y que hoy tenemos ya a las puertas.

Esas crisis que hoy minimizamos fueron, durante el siglo pasado, la causa que dejó una Europa asolada, el mismo continente en donde hoy vuelve a repuntar el rechazo al extranjero, al que es diferente, al que vemos como un competidor… propiciado en ocasiones por la propia irresponsabilidad de los políticos, precisamente quienes tendrían que poner coto a esos desvaríos.

Son esas otras guerras “menos visibles, pero no menos crueles –como dice el papa Francisco en su mensaje para la 47ª Jornada Mundial de la Paz, que acabamos de celebrar–, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vida, de familias, de empresas”.

Sin embargo, a pesar del panorama sombrío, de esa lacerante “globalización de la indiferencia”, el Papa nos subraya también la “vocación del hombre a la fraternidad”, ese “anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer”.

Son ya muchos los cristianos comprometidos en la causa de la paz,
que no es solo la ausencia de guerra.
En las causas de la pobreza, de los abusos de todo tipo,
se vislumbra la quiebra de la fraternidad.

Un anhelo que el Padre imprimió en cada uno de sus hijos e hijas, que nos enraíza en su paternidad y que nos compromete a todos y cada uno de quienes le confesamos en la promoción y salvaguardia de esta fraternidad. De hecho, son ya muchos los cristianos comprometidos en la causa de la paz, que no es solo, como se ha repetido tantas veces, la ausencia de guerra. En las causas de la pobreza, de la marginación, de los abusos de todo tipo, de la soledad no buscada… se vislumbra la quiebra de la fraternidad.

Alguno de esos cristianos comprometidos con la paz se juntaron en 1968 para crear la Comunidad de Sant’Egidio. De ella hablamos en el A Fondo de este número porque nos parecía importante comenzar el año mostrando sus métodos y claves de trabajo. Para estos cristianos y cristianas, la paz es una responsabilidad cotidiana, una labor del día a día que cada miembro asume, fundamentalmente, a través de la oración.

Es un ejemplo concreto de que en la mano de cada uno está la posibilidad de extenderla para ofrecer y acoger la paz, una tarea de orfebre que empieza en acciones pequeñas, pareciera que incluso nimias a veces, pero que van tejiendo una red de amistad que trasciende geografías, razas y religiones, con la aspiración de globalizar también la solidaridad y el interés por los demás.

Y, además, esta tarea no es utópica, pues, como se ha visto desde su fundación, la labor de Sant’Egidio ha logrado humanizar muchas situaciones de violencia, y su mediación, que no se basa en las reglas de la diplomacia al uso, sino en el acercarse desde la fraternidad, ha dado sus frutos concretos de paz en muchos países. La paz, pues, es un empeño que empieza en cada corazón.

En el nº 2.877 de Vida Nueva. Del 4 al 17 de enero de 2014

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