Editorial

La hora de la paz

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Por fin una propuesta que no está inspirada en los mezquinos intereses políticos, sino en el más genuino espíritu de solidaridad. Los obispos lo han apostado todo a la paz. Han sumado el sentido común y el sentido de fe que señala la paz como un bien de todos que debe ser el objetivo de las acciones de la comunidad.

Por una buena razón el profeta llama al Mesías que habría de venir el “Príncipe de la Paz”. La buena nueva, en consecuencia, fue un anuncio de paz, la convocatoria para hacer de ella una realidad histórica.

El episcopado en pleno proclama desde Medellín que “esta es la hora de la paz” y no una paz cualquiera porque es la del diálogo, del perdón, de la reconciliación y de la justicia. Son consecuentes al denunciar los obstáculos que representan las acciones de violencia de los guerrilleros y las campañas políticas que destruyen la confianza con eficacia parecida a las acciones terroristas que destruyen oleoductos. Unos y otros resultan responsables del mismo crimen, al crear condiciones para mantener la guerra y para frustrar una oportunidad definitiva para la paz.

Coinciden con los obispos los mil quinientos religiosos de América Latina reunidos en el congreso de Vida Consagrada cuando claman: “No se paren de la mesa hasta que haya concluido la guerra en Colombia”, fue una de sus conclusiones durante la clausura del c ongreso. La fe y el sentido común se unen para denunciar que después de 50 años de guerra ha llegado la hora de la paz como asunto de conciencia que debe sobreponerse a cualquier intento político de hacer de la guerra un argumento partidista.