Editorial

La frontera de la maternidad subrogada

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portada Vida Nueva Gestación subrogada 3024 febrero 2017 pequeña

EDITORIAL VIDA NUEVA | La iniciativa del PP de abordar la regularización de la maternidad subrogada en su congreso nacional ha sobrevenido en un debate social que rompe la dicotomía progresista/conservador en tanto que se entrelazan cuestiones éticas, morales y jurídicas.

Una vez más, la investigación genética parece chocar con los principios de la bioética, frontera que se rebasa cuando se introduce un óvulo fecundado en una mujer distinta para que en su seno se lleve el embarazo. La Iglesia defiende que el matrimonio constituye el contexto para dar vida, considerando estas técnicas de reproducción artificial “moralmente inaceptables desde el momento en el que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal”, como recoge Evangelium vitae.

Pero no solo la Iglesia lo rechaza. Las feministas también ven una violación de los derechos humanos, en tanto que se convierte el vientre de la mujer en una incubadora y un negocio, antesala para explotar a mujeres en riesgo de exclusión.

El Parlamento Europeo se une a la condena de “la trata de seres humanos para la maternidad subrogada forzosa en la medida en que constituye una violación de los derechos de la mujer y de los menores”. En España es en un fenómeno en alza y, como tal ha de ser legislado. La puerta está abierta y no son pocos los que la atraviesan. También matrimonios cristianos.

Es misión de la Iglesia explicar las líneas rojas ante la opinión pública, pero especialmente ante las familias, para subrayar una vez más que su defensa de la vida no se cierra a los avances científicos. Así se certifica en la nueva carta de la Santa Sede a los agentes sanitarios, que avala la congelación de óvulos para mujeres con cáncer.

Ante esta cuestión,
la Iglesia ha de actuar como madre:
haciendo ver a sus hijos
cuál es su magisterio para la familia
y acompañarles con una mirada de misericordia.

Apremia un trabajo pedagógico a la altura de esta encrucijada, para iluminar y no vapulear, para educar y no adoctrinar.

La Iglesia tiene que aprender a hacerse entender por la sociedad y por los propios católicos. Esto pasa por un acompañamiento real a las parejas que ve insatisfecha su vocación a la paternidad. Acoger su frustración y encaminar ese anhelo hacia otras vías, como la adopción y la acogida, exige formación e implicación de la comunidad para abrazar el trance complejo y doloroso de la infertilidad frente a la tentación de solventarlo con una directriz genérica, con sabor a fracaso para unos y condena perpetua para otros.

Al igual que ocurre con el aborto, la homosexualidad o los divorciados vueltos a casar, ante la gestación subrogada la Iglesia ha de actuar precisamente como madre: haciendo ver a sus hijos cuál es su magisterio para la familia y acompañarles con misericordia en todo el proceso, antes y después, aun cuando desde esa libertad, sus acciones rompan con esos pilares esenciales de la fe.

Publicado en el número 3.024 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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