Editorial

La diplomacia de la Iglesia samaritana

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Los diplomáticos de 180 países reunidos en la Sala Clementina del Vaticano el pasado doce de enero, sintieron que ante sus ojos pasaban las desgarradoras escenas de un mundo en crisis: la masacre de cien niños en Pakistán, la confrontación armada entre Rusia y Ucrania, las tensiones en Oriente Medio por la nunca acabada guerra entre israelíes y palestinos; el creciente atentado contra los caricaturistas en París, la violencia étnica en Nigeria, los inacabados conflictos en Libia, en la República Centroafricana, en Sudán Sur y en la República Democrática del Congo.

No se trataba de un inane ejercicio académico; en cada uno de esos conflictos la Iglesia samaritana se ha detenido, interrumpiendo otras urgencias, para dar lo que tiene, porque lo suyo es “contribuir al bien común, a la armonía y a la concordia social”.

Según el Papa, en esto consiste su gestión internacional. Quedan atrás las sutilezas diplomáticas, las alianzas estratégicas, la utilería política de un estado poderoso e influyente, y en su lugar se erige como norma e inspiración la buena nueva anunciada por Jesús.

Cuando se examina la intensa actividad del Papa en este comienzo de año, en busca de las líneas que seguirá su gestión internacional, se lo escucha, en primer lugar, como una voz en defensa de las minorías religiosas. Es una actitud de apertura que deslumbró en Sri Lanka, en el memorable encuentro con budistas, hinduistas, musulmanes y pequeñas iglesias cristianas, en donde definió la libertad religiosa como un derecho humano fundamental y pidió a los distintos credos trabajar para que no vuelva la violencia. En la audiencia con los diplomáticos, horas antes de su viaje a Sri Lanka y a Filipinas, había dicho: “espero que condenen cualquier interpretación fundamentalista de las religiones”. “Que las creencias religiosas no justifiquen la violencia ni la guerra”.

Fueron significativos de la recepción de su mensaje el alto al fuego ordenado por la guerrilla comunista Nuevo Ejército del Pueblo durante su visita a Filipinas y la invitación del Frente Islámico de Liberación para que el Papa visitara su campamento en Mindanao.

Para Francisco es claro, y así lo proclamó ante el mundo entero, que “un Oriente Medio sin cristianos es un oriente desfigurado y mutilado”. Al decirlo tenía en mente – lo confirma el contexto- a los cristianos de Siria e Irak.

La diplomacia vaticana ha sido renovada por Francisco al destacar, por sobre cualquiera otra imagen, la de la Iglesia samaritana

La agenda papal, para su gestión internacional, tendrá la misma prioridad del buen samaritano: los heridos, los más vulnerables, los perseguidos, los de la periferia. Es decir, todos los que necesitan la ayuda de la Iglesia para “vivir como personas”, que es una expresión de Francisco.

Por eso visitó a Tablocda: para estar con las víctimas del tifón Haiyán, por eso promovió el encuentro sobre Haití, en la conmemoración de los cinco años del terremoto que dejó 200.000 muertos, para impulsar las tareas de reconstrucción de ese país en que la indiferencia y la indolencia han sido como un segundo terremoto.

Quizás haya sido algo políticamente incorrecto, pero el Papa no ha ahorrado palabras para enfrentar la conciencia del mundo a una situación que “ha condenado a muchos a morir de hambre”, como dijo en una entrevista a La Stampa refiriéndose a la globalización. Ante los sorprendidos periodistas agregó: “en el centro del sistema económico no está el hombre, está el dinero”.

Y como un buen lector de los signos de los tiempos pronosticó: “sin una solución a los problemas de los pobres no se resolverán los problemas del mundo”.

Estas dos líneas: la del pluralismo religioso y la consiguiente defensa de todos los creyentes contra la presión de fanáticos y autoritarios; y la atención prioritaria a los que habitan en las periferias del mundo, son líneas que se explican desde la óptica del Papa sobre la vida del mundo de hoy.

Compartió esa óptica con los embajadores en su encuentro de comienzo de año al decirles que veía un mundo “animado por la esperanza de la paz y bajo la dimensión del rechazo”. El blanco y el negro del mundo actual.

Es una óptica que aplicada al quehacer pastoral de la Iglesia significa la prioridad de las tareas de construcción de la paz y de atención a los rechazados del mundo.

En efecto, la rancia diplomacia vaticana -esa huella envejecida de su poder temporal- ha sido renovada evangélicamente por Francisco al destacar, por sobre cualquiera otra imagen, la de una Iglesia samaritana, que es la que se ve emerger en su dinámica gestión internacional y la que predominará en su actividad en el mundo, durante este año de 2015.