Editorial

La deuda

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En la Unidad de víctimas se pueden encontrar los documentos que revelan el monto de la deuda de las Farc con los colombianos a quienes hicieron daño: 827.299 millones. Es el total de las multas impuestas por los jueces a los hombres de la guerrilla. Tirofijo, por ejemplo, murió con una deuda pendiente de 17.709 millones.

Pero esa deuda es insignificante frente a la que se genera por el irreparable mal que la violencia guerrillera le ha hecho al alma del país. Es de tal magnitud que las cifras sobran y debe apelarse a otra forma de reparación, capaz de restablecer el equilibrio roto por más de 50 años de predominio de la fuerza y la brutalidad.

Si usted le da vueltas al problema en busca de ese mecanismo reparador concluirá que no existe y que, sin embargo, será indispensable si en este año se firma un acuerdo de paz.

Desde ya será necesario buscarlo, porque ese día, al comienzo o al final del año, deberá estar en funcionamiento ese mecanismo si no se quiere que la paz se quede en el papel. Esta es la razón que aconseja mirar este año como el año de la misericordia.

La misericordia que Colombia necesitará este año es la que tiene fuerza suficiente para pasar las páginas oscuras e iniciar la construcción de un país nuevo

Esta es una palabra que contiene más de lo que parece. La componen dos palabras: la miseria y el corazón. Como define María Moliner, es un sentimiento que impulsa a ayudar o aliviar a los que sufren; como sucedió con aquella presidenta de Acción Comunal que recibió en grupo a 30 desplazados para hacer la mano de obra de varios proyectos que ella dirigía. En el hombre que desvió la mirada a la hora de los saludos reconoció a uno de sus secuestradores, años atrás. “Yo sé quién es usted, le dijo, y usted sabe quién soy, pero no se preocupe; yo ya hice borrón y cuenta nueva”. La misericordia que Colombia necesitará este año tiene fuerza suficiente para pasar las páginas oscuras y para comenzar una nueva historia.

Episodios como este se están repitiendo por todo el país y los protagonizan personas que son conscientes de que la paz sólo será posible si se crea el ambiente propicio para el perdón y la reconciliación. La fotografía del ex secuestrado que, en gesto amistoso, pasa el brazo por sobre el hombro de su secuestrador dice apenas una parte de la historia. El secuestrador es ahora su empleado en el restaurante con el que trata de recuperarse después de la ruina en que lo dejó el secuestro. Otro, cultivador de plátanos en Caquetá, cuenta que 10 desmovilizados trabajan en su finca, y como estas, abundan las historias que asombran porque demuestran que sí es posible y que entre los colombianos víctimas de la violencia hay unos admirables creadores de misericordia.

Recientemente el papa Francisco dedicó una de sus reflexiones a la misericordia –una de sus palabras favoritas– e hizo una comparación entre los observantes de la ley, de corazón débil, que no saben en qué creer, con vida regulada en que todo está previsto, medido y calculado; como los fariseos en los tiempos de Jesús son obedientes escrupulosos de la ley: lavan sus manos antes de comer y rechazan el contacto con los heridos no sea que la sangre rompa su pureza legal. Estos hombres, explicaba el Papa, no pueden ser misericordiosos; entre nosotros se los encuentra entre los que quieren la paz (¿quién no?) pero sin la menor concesión a lo que no sea estrictamente legal. A esto lo llaman paz con justicia porque para ellos los códigos están por encima de cualquier sentimentalismo.

Los misericordiosos, continúa el Papa, tienen el corazón fuerte porque no se apoyan en códigos ni en cálculos egoístas sino en el corazón de Dios. Por tanto, no tienen corazones rígidos, ni mentes apegadas a la letra y a los incisos de la ley; estos son los capaces de ponerse en el lugar del otro para entenderlo, aún si se trata de un ofensor que nunca apeló a ese ejercicio.

Entre los colombianos están apareciendo unos admirables creadores de misericordia

Ese corazón volcado al mísero, que eso es la misericordia, es compasivo, o sea capaz de vivir y padecer con el otro. Los que han examinado el modo de ser colombiano creen descubrir allí viejas heridas no cerradas. Esto explica el alto número de resentidos, de los que buscan venganza o mascullan odios, fuegos que se niegan a extinguir. El afán de venganza disfrazado como defensa de la justicia y rechazo de la impunidad impide su desarrollo como personas y, lo que es peor, retarda e imposibilita la convivencia y el progreso humano de la sociedad.

En un año de la misericordia, dedicado a la creación del ambiente propicio para la aparición de actitudes de perdón y reconciliación, se encontrarán unidos los intereses de cuantos trabajan por la salud pública, de los que trabajan en políticas de paz y de los que, desde la pastoral, activan en las personas y en la sociedad el poder reconstructor de la misericordia.

Es asunto de salud pública el alto número de víctimas de las emociones negativas que provocan el odio, la ira y la venganza; es parte de las políticas de paz lograr una opinión pública que entienda que las urgencias del postconflicto van más allá de la firma de los acuerdos, y es una coyuntura para la pastoral de las iglesias la reconstrucción del alma del país a partir de esa creación y milagro del perdón.

Sólo así se pagará la deuda acumulada durante el último medio siglo. Una deuda de pago más urgente que la de las multas que los jueces les han impuesto a los guerrilleros de las Farc.