Editorial

La conversión según Francisco

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En el fondo de la conciencia de los cristianos es frecuente la lucha entre dos imágenes de Dios: el Dios alcabalero, que lleva con minuciosidad de contabilista y de avaro la lista de los pecados de cada persona; y el Dios Padre, dispuesto a perdonar y a comprender. De los resultados de esta lucha depende todo en la vida personal: o se impone el huraño que, lleno de miedo, vive la vida solo a medias porque la otra mitad está invadida por el temor y la desconfianza; o despliega su alegría el que vive a plenitud porque confía en el que, finalmente, tomará cuenta de su vida. Este sabe que no tendrá delante a un juez sino a un padre y que no será examinado según una lista hecha por un moralista con alma de alcabalero, sino que su vida será vista desde el amor.

El tema fue desarrollado por el papa Francisco en una homilía en la capilla Santa Marta en la segunda semana de Cuaresma.

“La promesa de un corazón lavado, es decir, perdonado, viene del mismo Dios, que no lleva la cuenta de los pecados ante quien ama al prójimo: «Si haces esto, si vienes por este camino, al que te invito –nos dice el Señor– aunque tus pecados fueran color escarlata, ustedes se volverán blancos como la nieve ». Es una exageración, el Señor exagera: ¡pero es la verdad! El Señor nos da el don de su perdón. El Señor perdona generosamente. Pero yo perdono hasta aquí, después veremos… ¡No, no! ¡El Señor perdona siempre todo! ¡Todo! Pero, si quieres ser perdonado, debes empezar por el camino del hacer el bien. ¡Éste es el don!”. 

En esa misma homilía Francisco dio una clave de gran valor al responder a la pregunta: “¿Cómo puedo convertirme?”. La conversión, en la idea tradicional, está llena de dramatismo y ha dado lugar a demasiados melodramas que han hecho perder su esencia.

Esa pregunta hecha a algún pastor de grupos cristianos de hoy ha dado lugar a la respuesta abstracta: “conviértete a Jesucristo”. Más concreto, algún misionero o sacerdote católico diría: “confiesa tus pecados, recibe la comunión para que vivas con el Dios de la Eucaristía”.

Respuestas incompletas: abstracta y lejana de la realidad de aquí y ahora, la primera. “Conviértete a Jesucristo”, así dicho, provoca la reacción: ¿y eso qué es? Es todo y nada.

Parece más práctica la segunda respuesta pero con una sospechosa semejanza con una fórmula mágica, lo que desvaloriza y profana la práctica sacramental. El hecho solo de confesarse y de comulgar no cambia la vida ni significa una conversión. La conversión es más exigente que eso.

¿Pensaba en todo esto el papa Francisco al decir en su homilía?

“¿Cómo puedo convertirme? ¡Aprendan a hacer el bien! La conversión. La suciedad del corazón no se quita como se quita una mancha: vamos a la tintorería y salimos limpios… Se quita con el ‘hacer’, tomando un camino distinto, otro camino que no sea el del mal. ¡Aprendan a hacer el bien! Es decir, el camino del hacer el bien. Y ¿cómo hago el bien? ¡Es simple! ‘Busquen la justicia, socorran al oprimido, brinden justicia al huérfano, defiendan la causa de la viuda’. Recordemos que en Israel los más pobres y los más necesitados eran los huérfanos y las viudas: hagan justicia, vayan donde están las llagas de la humanidad, donde hay tanto dolor… De este modo, haciendo el bien, lavarás tu corazón”.

“Si quieres ser perdonado, debes tomar el camino de hacer el bien”

Nada de “convertirse a Jesucristo”; de solo confesar y comulgar. Se trata de convertirse al otro, de hacer el bien. No es una subestimación de los sacramentos, es una profundización de su contenido. Si los sacramentos no logran la conversión hacia el otro, quedan en ritual mágico y como un eficaz mecanismo para la hipocresía.

Este fue el otro tema de la prédica papal convertida en una denuncia de los santos fingidos.

“Los santos fingidos, que ante el Cielo se preocupan más por aparentarlo, que por serlo de verdad, y los pecadores santificados, que más allá del mal hecho, han aprendido a ‘hacer’ un bien más grande. Nunca hubo ninguna duda sobre a quién de ellos prefiere Dios”.

Llamó astutos a estos expertos en fingir: “Los santos fingidos, que ante el Cielo se preocupan más por aparentarlo, que por serlo de verdad, y los pecadores santificados, que más allá del mal hecho, han aprendido a ‘hacer’ un bien más grande. Nunca hubo ninguna duda sobre a quién de ellos prefiere Dios”.

Estas son las verdades de Francisco que los tradicionalistas rechazan porque “desestabilizan a la Iglesia”, “porque son demagógicas”, “porque son injustas con el trabajo de tantos sacerdotes y misioneros”. Estas, que son críticas que se están oyendo y coreando, revelan la necesidad de una conversión como la que describe el Papa en esta homilía.

Una conversión al Otro, tan masiva y eficaz como la que sueñan con los sacramentos en la pastoral tradicional, cambiaría al mundo. Y a la Iglesia, desde luego.