EDITORIAL VIDA NUEVA | La Santa Sede ha presentado el documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes de 2018. De principio a fin, el texto subraya la actitud para este proceso: la escucha. Reclama con urgencia no mirar a los jóvenes como objeto de una acción pastoral, sino como sujetos activos que la Iglesia necesita, de quienes tiene que aprender. Esta premisa conlleva abrir los oídos a esa abrumadora mayoría, creciente en países como España, que vive de espaldas a la fe.
Apostar por una nueva evangelización implica evitar análisis intraeclesiales o autorreferenciales prefabricados. No fueron pocas las voces que se lamentaron de que escasearon en aula sinodal de la familia testimonios de frontera, de “imperfectos”, de alejados. Con el nuevo Sínodo, se puede caer en la tentación de la estufa y, desde ahí, maquillar la realidad, ignorar lo que ocurre fuera o, incluso, condenar sin más a una generación de “descreídos”.
Como señala el documento, es tiempo de preguntarles de tú a tú a los jóvenes “¿qué buscáis?”, con la suficiente cintura para apreciar sus miedos, heridas y anhelos. Pensar que el mensaje del Evangelio no puede conjugarse con el mundo actual conlleva una mirada derrotista que puede desembocar en una pastoral que entienda la conquista de los jóvenes como una cruzada medieval.
Conquistar a los millennials –como se denomina a esta generación– pasa por recuperar la actitud de Oseas: hablarle a un corazón inquieto que busca felicidad, seducirles en su realidad concreta, atentos a los signos de los tiempos, mostrándoles que precisamente en sus espacios es posible hacer realidad el Reino de Dios.
Apostar por una pastoral que llegue
a la generación ‘millennial’ que mira
con indiferencia a la Iglesia
pasa por salir a su encuentro en sus espacios
y estar atentos a sus inquietudes y anhelos.
Respondiendo a la invitación del documento sinodal a leer la realidad de los jóvenes “más alejados o ajenos”, Vida Nueva ha reunido a varios millennials, hijos de una sociedad de raíces cristianas pero alejados de la Iglesia, que no de los valores transversales del Evangelio. Ilusionados, tolerantes, con proyectos de futuro. No se consideran anticlericales, aunque sí tienen reticencias a todo lo que suene a institucional. Lejos de rechazar el fenómeno religioso, lo ignoran. Desde esta indiferencia, sugieren una Iglesia abierta, acogedora y flexible, que no relativista o que traicione sus principios, pero que sí anteponga la persona sobre la norma, el hombre antes que el sábado.
Si todas estas intuiciones han emergido en unas horas de encuentro, los frutos de un trabajo sincero que se encomienda a las Iglesias locales pueden ser de tal riqueza para el Sínodo que dibujaría una pastoral verdaderamente misionera, audaz y creativa. Pero para ello resulta imprescindible no perder el punto de partida: salir a su búsqueda y escucharles.
Publicado en el número 3.020 de Vida Nueva. Ver sumario
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