Editorial

El verdadero tesoro de Cáritas

Compartir

EDITORIAL VIDA NUEVA | Hace unos días, el 10 de junio, coincidiendo con la solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia también celebró el Día de la Caridad, un acontecimiento para el que Cáritas Española lanza una campaña institucional, cuyo lema de este año incluye una propuesta accesible y que trasciende a un día concreto: Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir.

Se trata, tal y como han venido explicando sus responsables, de promover un modelo social y económico más humano, más evangélico y más justo; de construir una sociedad nueva basada en la humanidad y que no pase de largo ante los dramas de la pobreza y la injusticia; de vivir una economía de la gratuidad y de una redistribución de los bienes y servicios.

Cáritas, como institución, promueve este nuevo modo de entender la economía y la sociedad a través de la acción, de la sensibilización y de la denuncia o caridad política, una nueva mirada a la que los cristianos debemos unirnos, cada uno dentro de sus posibilidades. “Lo creamos o no –nos recuerda esta campaña–, cada uno tiene un trozo de mundo en el que sí se puede hacer algo para hacer posible una sociedad mejor”.

Y es momento también –y así lo viene haciendo esta institución eclesial– para alzar la voz ante los que nos gobiernan y reclamarles que luchen contra la pobreza y la exclusión, que no recorten en gastos sociales, sino que los incrementen para paliar los efectos de esta crisis en los más necesitados; que promuevan mejores políticas de empleo; que mantengan la ayuda al desarrollo y se comprometan con los Objetivos del Milenio.

El gran tesoro de Cáritas son sus voluntarios,
un ejército de amor fraterno que no deja de crecer.
Ellos son los que ven el rostro que hay
tras las cifras con las que nos abruman los medios.

Es cierto que las condiciones por las que atraviesa el país no son las mejores, que la crisis económica vuelve vulnerables a cada vez más familias, que son más los pobres, que se acaban los recursos y también el ánimo de aquellos que regalan su tiempo. Y aunque no se pierda la esperanza, cuesta ver la luz al final del túnel. Pero esa luz está. Y está, sobre todo, en el gran tesoro de Cáritas, sus voluntarios, un ejército de amor fraterno que no deja de crecer.

Porque también es buen momento –y no solo por este Día de la Caridad que acabamos de celebrar– para rendir homenaje y reconocer la labor callada de tantas y tantas personas que diariamente se visten el traje de héroe anónimo y se afanan por convertir este mundo en un lugar más habitable.

Ellos son los que ven el rostro que hay tras las cifras con las que nos abruman los medios de comunicación; ven los ojos del sufrimiento, el llanto del desahucio, la resignación del niño que no puede ir al colegio; son los que abrazan a quien tiene su hogar a miles de kilómetros, escuchan a quien no es comprendido y acogen a quien abandona un estado que se dice del bienestar.

Voluntarios surgidos, en su gran mayoría, en el seno de una comunidad parroquial, y cuya motivación va más allá de la filantropía, pues nace del convencimiento de que todos somos hijos de Dios y, por tanto, tenemos una dignidad que hay que salvaguardar.

Hay muchos ejemplos, pero en este número ofrecemos la experiencia de cuatro personas que pondrán cara y voz por un día a los casi 62.000 voluntarios comprometidos en Cáritas con los más pobres.

En el nº 2.805 de Vida Nueva. Del 16 al 22 de junio de 2012

INFORMACIÓN RELACIONADA