Editorial

El Sínodo de la Nueva Evangelización no es para corregir al Vaticano II

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EDITORIAL VIDA NUEVA | En Roma ya está todo preparado para la celebración, en octubre, de uno de los sínodos más importantes de los últimos años. El Papa ha querido que se aborde con intensidad y realismo el reto de la nueva evangelización y el desafío de la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.

El reto evangelizador marcado por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y que tiene su significativo background en el Vaticano II, sigue estando vivo en los diferentes continentes, con mayor o menor fuerza en cada lugar, y con una riqueza que conviene compartir en la comunión.

El nuevo arzobispo de Guadalajara y cardenal primado de México, José Francisco Robles Ortega, uno de los tres presidentes delegados para el Sínodo, hace un repaso para Vida Nueva esta semana sobre los retos del mismo. Entre ellos, un tema que se abordará con interés y que ha sido recogido en los Lineamenta: los escenarios de esta evangelización, que ha de ser nueva en su ardor y en sus métodos.

Una de las primeras actitudes del evangelizador ha de ser, como dijera Pablo VI cuando lanzó el reto de evangelizar en la Evangelii Nuntiandi, la del profundo amor al mundo que hemos de llevar la Buena Nueva. No se puede vivir de espaldas a él, ni se puede vivir como una sociedad perfecta al margen, sino que hay que partir de una actitud amorosa, de comprensión, de empatía, al estilo de Jesucristo. Solo amándolo se puede empezar a evangelizar.

Una de las primeras actitudes del evangelizador
ha de ser, como dijera Pablo VI, la del profundo amor
al mundo que hemos de llevar la Buena Nueva.
Solo amándolo se puede empezar a evangelizar.

El mundo es obra del Creador y, por eso, el cristiano ha de empezar amando al mundo y al hombre antes de anunciarle el mensaje que lo recree y ayude a crear un mundo nuevo. Y en este amor entran los nuevos escenarios donde hay que anunciarlo: la economía, la política, la cultura, la ecología, las comunicaciones… y todos aquellos ámbitos donde está hoy presente el hombre.

Junto a este amor, es preciso una segunda e importante actitud, que es la receptiva. El evangelizador ha de ser primero evangelizado, interpelado por la Palabra de Dios. Es la actitud que hace que la Iglesia entera entre en una dinámica de conversión, puesta de manifiesto muy frecuentemente por el Papa en sus viajes y discursos. Desde el amor al hombre, y desde la conversión personal, se puede salir a los caminos y a los nuevos escenarios para el reto evangelizador.

Hay unos riesgos ante el acontecimiento que no debieran perderse de vista. El principal de ellos es no tener sobre la mesa los textos del Vaticano II y los esfuerzos magisteriales de los últimos pontífices. Hacer un revisionismo conciliar no es el objetivo del Sínodo, al que corresponde una aplicación del mismo desde los parámetros actuales, contemplando escenarios que hace cincuenta años no estaban levantados. No puede convertirse la asamblea sinodal en un corrector del espíritu conciliar.

La otra tentación es el eurocentrismo. Cuando hoy el número de cristianos crece en otras partes del planeta, y pese a la significación histórica de Europa, el Sínodo ha de abrirse a las nuevas Iglesias y a su riqueza. Y, por último, hay que rebasar la tentación clerical que haga del Sínodo una simple asamblea de eclesiásticos que orille el gran papel del laicado en la tarea evangelizadora a la que convoca el Papa.

En el nº 2.815 de Vida Nueva. Del 15 al 21 de septiembre de 2012

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