Editorial

El “Sí pero No” postsinodal

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Después del Concilio y durante la Asamblea de Medellín en 1968, la fórmula del “Sí pero no” llegó a ser un obstáculo para la acción renovadora del Concilio.

“Sí acatamos, pero no en los términos del Concilio o del Episcopado latinoamericano, porque nosotros somos otra cosa” sería la fórmula implícita en el Sí pero No.

¿Ocurrirá lo mismo después del Sínodo? No hay que leer entre líneas para encontrar los puntos de vista opuestos, que se expusieron en el aula sinodal.

Le oyeron decir al cardenal Pell, uno de los 13 firmantes de una controvertida carta al Papa: “la doctrina es una y varias las teologías”. Había un cierto temor por esa “doctrina una” en quienes preguntaban por documentos alternativos al Instrumentum laboris. Aunque existía la promesa papal de que “la doctrina no sería tocada” se mantenía el temor de que la doctrina, según ellos la entendían, sería alterada. Convertidos en guardianes de las prácticas y talantes de la iglesia tradicional, se habían puesto en estado de alerta desde el momento en que el Papa habló de la absolución en casos de aborto; de la no excomunión de los divorciados y de la agilización de los procesos de nulidad matrimonial. Al atenuar el rigor de las prácticas, ¿se ponía en riesgo la doctrina?

El pensamiento de Francisco es otro. En su homilía del 15 de octubre denunció a “los doctores de la ley que acortan los horizontes de Dios y empequeñecen su amor”. Antes, en el aula sinodal, había prevenido: “no hacer de la vida cristiana un museo de recuerdos”.

La palabra “museo” se le había oído al comienzo de la misma alocución. El depósito de la fe en el sínodo, dijo, “no es un museo que se mira para salvaguardarlo; es una fuente viva para iluminar el depósito de la vida”.

Son las dos maneras de ver el depósito de la doctrina: una, como pieza de museo, estática e inalterable, definitivamente acabada para un sector de la Iglesia que vive a la defensiva; y la otra, lejos de la figura de museo, es la que Francisco llama la fuente viva, siempre renovada. Y al inmovilizado “depósito de la doctrina” Francisco prefiere “el depósito de la vida”.

En la homilía del 15 de octubre agregaba con énfasis la recomendación “para no dejarse engañar por quienes quieren limitar el amor de Dios”.

Se puede concluir, en sana lógica evangélica, que el empeño para preservar la doctrina sólo logra ponerle límites al amor de Dios, no porque haya rechazo a la doctrina sino porque así se cierran caminos a la misericordia de Dios.

Se trata de una discusión que va más allá del distinto acento que los grupos ponen en la justicia y el Papa en el amor y la misericordia: está de por medio la fidelidad al anuncio de Jesús que, en vez del amenazante discurso veterotestamentario sobre el cumplimiento estricto de los 10 mandamientos, prefiere señalar la síntesis de todos ellos en el amor a Dios y al prójimo, como vía de salvación.

Esa transición, desde la prioridad de la justicia a la del amor, debió darse después del Concilio; pero 50 años después el “sí pero no” y la teoría de que “entre nosotros no tiene aplicación” sigue dejando para mañana lo que es urgente hacer hoy.

No se trata de una división entre partidos: uno leal al Papa y otro que se le opone. Es algo de mayor hondura: la distinta sensibilidad y apertura a la acción del Espíritu Santo, tal como lo describió en su discurso de apertura el Papa. Según su misma expresión: “Dios es más grande que nuestras lógicas y cálculos”.

La realidad de hace 50 años y la de hoy es que en la Iglesia hay quienes calculan al lado de los que se dejan llevar por la lógica de Dios. Entrambos contribuyen al desarrollo de la vida de la Iglesia.