Editorial

El secreto como servicio

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En un mundo en el que cada vez hay menos secretos porque las nuevas tecnologías proveen instrumentos para que no los haya, es pertinente preguntar si a la Iglesia le sirve tener secretos, a propósito de la revelación de las cartas del Papa.

El secreto ha sido en la historia una forma y un instrumento del poder. A más poder, más secretos; así comienza un círculo vicioso que culmina con la otra afirmación: a más secretos, más poder. Al menos es lo que piensan los pequeños y medianos funcionarios que se atrincheran, poderosos, detrás de la calificación de “reservado” o “confidencial” o “secreto” para negar información. Cada uno de estos funcionarios se siente guardián de la intimidad del rey o del poderoso y, por tanto, partícipe de su poder.

Esa lógica opera en la Iglesia por razones diversas, la más común, la necesidad de proteger a los fieles, como si fueran unos eternos menores de edad, del escándalo que pudiera provocar el acceso a ciertos hechos. La publicación en Vida Nueva Colombia del pliego sobre la protección y formación para el celibato provocó alguna cándida reserva porque según los nerviosos críticos, esa clase de documentos podría causar desazón en los vulnerables lectores.

Crea una sensación de poder ponerse en situación de proteger a otros de un daño que el protector no corre porque presumiblemente son mayores sus defensas que las de los protegidos.

Los secretos con los que se protegen las honras ajenas o su derecho a la intimidad se justifican y constituyen un deber porque no son expresiones de poder, sino un servicio para los demás. También son secretos que se guardan los que protegen el bien común y se conocen como secretos de Estado.

Sin embargo, el abuso de este nombre y su deformación en mecanismos de poder, quedó al descubierto en los cables de wikileaks sobre presuntos “secretos” de cancillerías, ministerios, políticos y embajadores. Cuando estos “secretos” vieron la luz pública, los lectores del mundo tuvieron que preguntarse si estas tonterías guardadas en los cofres sellados del secreto de Estado merecían el ampuloso nombre.

Los poderosos se habían sentido más poderosos convirtiendo en secreto los detalles triviales de sus insignificantes vidas.

La relación entre secreto y poder podría ser la clave para determinar en la Iglesia qué debe ser secreto y qué debe mantenerse a la vista de todos. En efecto, la lógica del evangelio indica que sólo se justifican los secretos que son una forma de servicio y para lo demás deberá aplicarse el mandato evangélico: que tu palabra sea sí, sí, o no, no, sin sinuosidades, ni disimulos, ni secretos. VNC