Editorial

El poder de los pobres

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El 15 de diciembre el Papa recibió en audiencia a los embajadores ante la Santa Sede de Burundi, Fiji, Mauricio, Moldavia, Suecia y Túnez. Es innecesario describir el ambiente, los trajes, la expectativa. Sin embargo, como invitados no esperados el Papa los presentó y habló en su nombre: los hambrientos del mundo. Le oyeron mencionar los embajadores: “las estrategias de dominio sostenidas por escandalosos gastos de armamento, mientras tantos se ven privados de lo indispensable para vivir”.

Médicos y administradores de hospitales en el mundo debieron sentir que su escala de valores había sido sometida a juicio cuando, con motivo de la audiencia a los trabajadores del hospital para niños Bambino Gesù, el Papa fue enfático sobre la tentación de transformar los hospitales en empresas y a los médicos en empresarios. Hablaba Francisco en nombre de los enfermos que no deben ser negocio para los hospitales, como esos que llegan sin documentos que garanticen quién va a pagar. Otra vez esa presencia ubicua de los pobres en el discurso papal.

Para Francisco, que los ve por todas partes, es increíble que la sociedad se vuelva insensible ante los niños explotados y que, “cegatona e insensible, se haya acostumbrado a ver miles de niños y de jóvenes explotados en trabajos clandestinos”. Hablaba con motivo de la celebración de la Virgen de Guadalupe en la basílica de San Pedro en Roma, e insistía en la “exclusión de los ancianos” y en “los niños sometidos a la violencia doméstica y fuera de sus casas”.

Ya deliberaban los responsables de 80 ciudades sobre los miles de migrantes que están llegando a las ciudades de España, cuando se leyó la carta de Francisco a Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid. “Las puertas de mi casa están abiertas para la nueva red”. Se refería el Papa a la red de ciudades de acogida a los migrantes, propuesta por la alcaldesa.

La acción de la Iglesia y de la humanidad debe estar subordinada a estas personas

Al final del documento, y como sello personal, les pedía “recen por mí, y si no rezan piénsenme bien y envíenme buena onda”. No será la primera vez ni la última en que Francisco hace presentes a los pobres de nuestro tiempo, que son los migrantes.

Con motivo de la XXV jornada mundial del enfermo, los trajo a cuento porque, dijo, “son garantes de la ternura del amor de Dios”. Y recordó las humillaciones y padecimientos de miles de personas en el mundo que padecen las limitaciones y sufrimientos que imponen las enfermedades, y destacó, identificándose con ellos, que “tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida”. Ante el mundo que ve al enfermo como una carga y una fuente de gastos e incomodidades, la visión de Francisco contrasta: “no solo necesitan ayuda, también llevan un don que comparten”.

Los que padecen hambre, los enfermos, los migrantes, los desplazados por la guerra, son los nombres concretos de los pobres de nuestro tiempo presentes en el discurso papal. La acción de la Iglesia y de la humanidad, según Francisco, debe estar subordinada a estas personas. Ellos dictan la agenda ahora, como ya había ocurrido en los primeros tiempos cuando los pobres fueron la prioridad y objeto del gran quehacer de la Iglesia naciente. Pero, ¿por qué entonces los pobres dictaron la agenda pastoral de la Iglesia?

La atención de los pobres no fue entonces –a pesar de que era una institución que comenzaba– una forma de propaganda institucional; tampoco era la compasión el motivo. Desde siempre la Iglesia estuvo persuadida de que Dios se hace presente en el mundo a través de los pobres y en quienes los preferían. En todo momento supo que los pobres siempre estarían presentes.

El pobre, además, implica la ausencia de poder y de riqueza, las dos grandes limitaciones para el Reino de Dios. Por eso los sin riqueza ni poder fueron los preferidos de Jesús.

Nada tiene de extraño, por tanto, la omnipresencia del pobre en el discurso y en las acciones de Francisco. Ese extraño poder del pobre es un anuncio de la presencia del reino de Dios.