Editorial

El Espíritu en movimiento

Compartir

¿Qué le pasaría a la Iglesia si las mujeres pudieran ser ordenadas como los sacerdotes? ¿Qué ocurriría si la obligación del celibato fuera opcional; que unos sacerdotes lo adoptaran voluntariamente y otros no tuvieran esa obligación? Ayer estas eran preguntas impertinentes que se rechazaban y que los católicos comunes apenas si se las formulaban. Hoy comienzan a debatirse como realidades posibles.

La discusión alrededor del celibato tuvo su momento más importante en el Concilio Vaticano II, aquel 11 de octubre de 1965. Los obispos llegaron al aula cargados de folletos, hojas, volantes, plegables y cartas con que los habían abrumado al entrar. Entre esos papeles había un manifiesto firmado por 81 médicos, sociólogos y escritores de 51 países que pedían que el tema ocupara una comisión postconciliar. Pero el Papa Pablo VI frenó la discusión, en una carta manifestó que su propósito era conservar el celibato y reforzar su observancia. Cuando los obispos votaron una proposición que animaba a los seminaristas a optar por el celibato como riqueza positiva, 1971 obispos aprobaron y 16 dijeron no.

A pesar de eso, cinco años después, el 9 de febrero de 1970, un grupo de teólogos firmaron un documento dirigido a la conferencia episcopal alemana en que pedían una revisión de las reglas del celibato y un tratamiento diferenciado en su aplicación. Entre los firmantes se encontraba el profesor de teología de la universidad de Ratisbona, Joseph Ratzinger, entonces de 42 años. Él y otro de los firmantes, el teólogo Karl Rahner, habían sido asesores del concilio.

El padre Rahner escribiría poco después de concluido el concilio: “la obligación de procurarse un clero dedicado a la cura de almas tiene preferencia sobre la posibilidad y el deseo de tener un clero celibatario”. Esa misma preocupación es la que acaban de manifestar 144 teólogos alemanes, austríacos y suizos en un manifiesto en que  proponen el celibato opcional. Unos y otros, los de ayer y los de hoy ven en el celibato un precioso don que no es dado a todos, por tanto ven posible un clero célibe y otro casado.

En el nuevo manifiesto los 144 teólogos vuelven sobre un tema que no ha perdido su vigencia: la ordenación de las mujeres. Continúa este grupo la reflexión de sus predecesores. Algunos de estos teólogos de hoy fueron alumnos del teólogo alemán Rahner, quien en su momento anunció: “la Iglesia ha de aprender a liberarse lentamente del prejuicio de que son los hombres los que en primer término han de realizar esas posibilidades o tareas”. Reconocía el teólogo que en la Iglesia, “innumerables funciones pueden ser tan bien manejadas por la mujer como por el hombre”.

Esto lo escribía en 1964, antes del Concilio que “ellas debieran ser las encargadas de mostrar a la Iglesia cuáles son las nuevas formas de acción pastoral”.

Son dos temas que se discuten con una fuerte carga emocional que impide el examen sereno de la realidad de la vida de la Iglesia en la que los grandes cambios no han sido ajustes sino progresos, no han sido impuestos de modo arbitrario sino el resultado de una obra silenciosa y eficaz del espíritu. Como siempre ha sucedido.