Editorial

El apoyo a la Iglesia con los recursos fiscales

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EDITORIAL VIDA NUEVA | La Iglesia no está cruzada de brazos en la crisis económica. A la falta de un documento de la Conferencia Episcopal en el que se aborde un tema tan urgente y sobre el que ya se han pronunciado otros muchos episcopados, la Iglesia en España habla con obras y proyectos. En época de crisis como la que vivimos, la labor de la Iglesia se hace notar, no porque esté solamente cuando vienen mal dadas las cosas, sino porque es la única que queda en los lugares, el último recurso para personas a las que el Estado del Bienestar ha dado la espalda por políticas de recortes. En épocas de desesperanza y  vacío, también está la Iglesia ofreciendo esperanza, perdón, verdad, amor…

En tiempos donde se mide a las personas por el grosor de su cartera, la posición social o el poder, la Iglesia acoge a todos, especialmente a los más pobres y necesitados, a quienes no tienen nada, a quienes llaman a sus puertas…

En tiempos  donde todo se hace por algo, ahí están los catequistas, voluntarios de Cáritas o sacerdotes, religiosos y laicos, miembros de colectivos organizados o no, cuyo sueldo roza el salario mínimo interprofesional en algunas zonas, aun teniendo formación  universitaria. Están trabajando y dedicando su tiempo libre y sus escasos recursos a amortiguar la crisis en muchas familias.

Estas son algunas de las razones que justifican –si hace falta que se expliquen– que los contribuyentes puedan, vía declaración de la renta, dedicar parte de sus impuestos a financiar a  la Iglesia católica. Una cantidad que cubre la cuarta parte de las necesidades, por lo que son los propios fieles los que asumen la financiación.

Y si hay que ser pragmáticos, otra razón es que el dinero que recibe la Iglesia rinde más del doble de lo que lo hace en otra institución, o lo que es lo mismo: se hace más por menos. Una circunstancia que lleva a que instituciones católicas ahorren al Estado decenas de miles de millones de euros, según datos de la Conferencia  Episcopal, ya que, por ejemplo, el coste de los colegios concertados católicos es mucho más barato que el de los públicos.

Cabría preguntar a quien arremete contra la asignación si el Estado sería sostenible prescindiendo de la labor educativa y social de la Iglesia. ¿Qué pasaría? El sentido común basta para responder y acallar las críticas de unos pocos, pero muy ruidosos, portavoces mediáticos, y no tan significativos.

Es de justicia que la Iglesia reciba esa cantidad de los impuestos de los ciudadanos que quieran, aunque no deba cerrarse a debatir otras opciones. Quizá habría que preguntar a los fieles por el sentimiento de pertenencia a la Iglesia y su compromiso en su sostenimiento, y si no sería mejor una fórmula al estilo de los primeros cristianos. Quizá habría que insistir y ser la voz en el desierto que no se preocupe tanto de pedir que se marque una X como de animar a los cristianos a valorar lo importante. Lo dice el Evangelio: “Donde está vuestro  tesoro, allí está vuestro corazón”.

En estos días de balances, de declaraciones de la renta, de números y estadísticas, la Iglesia tiene una palabra en las obras que realiza, en la gran tarea que aporta a la sociedad. Negarlo, no verlo, cerrar los ojos, además de una injusticia, es de una miopía preocupante.

En el nº 2.759 de Vida Nueva (del 25 de junio al 1 de julio de 2011).

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