Editorial

Libro religioso, ni amenazas ni complejos

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Publicado en el nº 2.615 de Vida Nueva (Del 31 de mayo al 6 de junio de 2008).

Dada la actual coyuntura política (de aires laicistas), económica (con la temida recesión) y socio-educativa (bajos índices de lectura), todo apuntaría a que el libro religioso es hoy día una “especie amenazada”. Las quejas del sector hace ya algunos años que vienen trazando un panorama de crisis. Sin embargo, la recién inaugurada Feria del Libro de Madrid vuelve a poner de manifiesto que el mercado es tan diverso como la propia población, y que hasta quienes ven peligrar su futuro, a la postre, tienen una oportunidad, un hueco, un público.

¿Qué ocurre entonces para que el libro religioso sienta todavía esa especie de complejo de inferioridad frente a las editoriales ‘laicas’? Más allá de una cuestión de cifras (que cada cual maquillará como pueda o deba), el libro religioso debe hacer frente a un doble problema: de contenidos y de forma. En cuanto al primero, ni todo vale ni el lector (¿fiel o cautivo?) se conforma con cualquier cosa; y por lo que se refiere a la imagen que se proyecta, cada vez son más los que coinciden en señalar que va siendo hora de que los sellos editoriales religiosos se desprendan de prejuicios y temores, y también que contribuyan -desde sus diseños a sus estrategias de posicionamiento- a desterrar de entre la gente viejos clichés: su escaso atractivo visual, cierto tono de adoctrinamiento en sus técnicas de promoción, etc.

No cabe duda de que ha cambiado el estilo de hacer libros religiosos, y los esfuerzos que la treintena de editoriales presentes en España están llevando a cabo -en mayor o menor medida- se están empezando a notar. Pero no se puede bajar la guardia, porque ni el libro generalista es la competencia ni representa la verdadera amenaza. El principal peligro al que se enfrentan las editoriales religiosas, aparte del delicado momento por el que atraviesan muchos otros negocios, es su propio conformismo, esa sensación extendida de que la supervivencia es ya todo un éxito.

Sin ignorar cifras, previsiones y estadísticas, que salvo contadísimas excepciones (Biblia, Catecismo de la Iglesia Católica, magisterio del Papa, libros de catequesis…) casi nunca resultan demasiado alentadoras, sí conviene reivindicar desde aquí la vocación evangelizadora (ni propagandista ni mercantilista) de un sector que está llamado a seguir extrayendo y difundiendo todo lo mejor de un mensaje universal y siempre moderno. Sólo así las ganancias que se obtengan -necesarias y tan legítimas como las de cualquier empresa, aunque fruto de otras inquietudes que van más allá de la simple cuenta de resultados- redundarán en beneficio de la dimensión misionera que toda labor editorial de impronta cristiana debería dejar a su paso. En cada página, de cada libro, de cada librería donde tenga oportunidad

de hacerse presente el mensaje de Jesús, habría de primar la convicción de que editar es sembrar semillas de novedad y de verdad en un mundo que necesita hoy más que nunca aprender a leer la realidad diaria con otras claves y en otros idiomas.