Editorial

Una Cuaresma para la justicia

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Publicado en el nº 2.695 de Vida Nueva (del 13 al 19 de febrero de 2010).

La Cuaresma es una ocasión para volver a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación”. Es el deseo de Benedicto XVI en su carta con motivo de la Cuaresma de este año. El acento del mensaje papal está en esta dimensión: “La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo”, tomado de la Carta a los Romanos. Dar a cada uno lo suyo, en el sentido tradicional de la palabra, es el fin de toda justicia, pero también, señala el Papa, “además del pan y más que el pan, el hombre necesita a Dios”. Advierte, además, que las ideologías modernas remarcan que la injusticia nace del exterior y que, para eliminarla, hay que arrancar sus causas externas. Insiste el Pontífice en sus raíces internas, las que tienen su origen en el corazón, “donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal”. Desde este presupuesto, Joseph Ratzinger invita al cristiano, con motivo de este tiempo que ahora comienza, a “contribuir a la formación de una sociedad justa, donde todos reciban lo necesario para seguir su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor”.

Un mensaje clarificador en momentos de crisis como los que vive la humanidad. El acento del Papa en la necesaria distribución de la riqueza tiene connotaciones más profundas que las coyunturales. Es una mirada más intensa, a la que el cristiano no se puede sustraer y ante la que no puede cerrar los ojos. Esta Cuaresma nos acerca el hondo misterio de la misericordia de Dios, que derrama su justicia sobre buenos y malos.

Una Cuaresma más para prepararnos para la Pascua, al paso liberador del Señor Jesús, pero no una Cuaresma centrada sólo en los sacrificios externos y en los ritos vacíos, sino una Cuaresma de compromiso personal que nos lleve a una profunda conversión de actitudes, un cambio radical en nuestra manera de ser, de estar, de compartir, de servir. Y, desde ahí, un profundo cambio y conversión en el exterior, incluso en la imagen que damos como cristianos y como Iglesia. Un testimonio de pueblo que camina en continua conversión, como luz y guía en la oscuridad de la Historia.

Un compromiso el que cada Cuaresma nos plantea para estar atentos y vigilantes y poder introducir en los cimientos mismos de la sociedad criterios evangélicos que saquen del corazón de los hombres el mal que nos impide ser justos. Es un momento para que, desde dentro, sirvamos a la verdad, no quedándonos en lo superficial, sino calando en la necesaria conversión del corazón de la humanidad. Una Cuaresma que tiene su fruto más personal, pero que no debe olvidar su lado social, público, de testimonio en estos tiempos en los que la crisis ha puesto contra las cuerdas a muchos sistemas que no han mirado al interior de las personas y han buscado la solución de los problemas, generando, a veces, otros problemas más grandes. Sólo un corazón abierto al otro y a la trascendencia es capaz de generar una dinámica de justicia y de paz entre los hombres y mujeres de buena voluntad. Cuaresma, una oportunidad para renovar nuestro corazón dañado por la injusticia.

Publicado en el nº 2.695 de Vida Nueva (del 13 al 19 de febrero de 2010).