Editorial

El hambre no puede esperar

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Publicado en el nº 2.676 de Vida Nueva (del 26 de septiembre al 2 de octubre de 2009).

La reunión que el G-20 celebra estos días en Pittsburgh (Estados Unidos) es la tercera en la que “los grandes” del mundo estudian recetas para salir de la crisis económica y financiera. Y es de esperar que hayan tenido tiempo para abordar el problema, cada vez más acuciante y lacerante, del hambre en el planeta. Nunca se había llegado a la escandalosa cifra de mil millones de pobres.

Los poderosos de la tierra, ocupados y preocupados por la recesión económica, vienen incumpliendo compromisos previos: una mirada a los Objetivos del Milenio no pasaría del aprobado. El hambre sigue campando a sus anchas en una sociedad que ahonda en los desequilibrios. Los pobres son las primeras víctimas de esta crisis y los países ricos tienen una grave responsabilidad con ellos. Y en el fondo, el recuerdo del primer objetivo de cara al nuevo milenio, propuesto por los jefes de Estado y de Gobierno hace casi una década: erradicar la pobreza extrema y el hambre, reduciendo a la mitad la proporción de personas con ingresos menores a un dólar diario y de quienes pasan hambre. Vida Nueva muestra en este número las alarmantes cifras del hambre, que podrían aumentar a partir de octubre si hay un recorte de alimentos por la falta de fondos en los organismos que se dedican a combatirla.

La última encíclica de Benedicto XVI, abundando en la necesidad de un mundo más solidario, ha apuntado algo importante: una vía de solución de la crisis puede empezar con el apoyo a los países pobres para que puedan vivir de su riqueza y beneficiar también al primer mundo.

Las estadísticas esconden, bajo los fríos números, un mundo de pobreza y miseria, junto a otro de riqueza y opulencia. Se repite la escena de Lázaro y el rico Epulón, y la Iglesia no puede quedar muda ante esta catástrofe. Pablo VI, en la Populorum Progressio, denunció con fuerza, ya en 1967, la situación que se venía incubando. Un mundo que gastaba en armas y guerras cantidades abultadas y un mundo que ahora se defiende hasta los dientes contra el terrorismo internacional con medidas costosas y que va dejando una estela de hambre y miseria difícil de superar, cuando esta situación es parte del engranaje del poder de unos contra otros.

Decía el Papa Montini que el objetivo no es sólo vencer el hambre, sino construir un mundo en el que toda persona, independientemente de su raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida humana plena, emancipado de las servidumbres que le vienen tanto por parte de los hombres como de una naturaleza insuficientemente dominada, un mundo en donde la libertad no sea una palabra vana y en donde “el pobre Lázaro pueda sentarse en la misma mesa que el rico”. Y pedía solidaridad, sacrificio y esfuerzo. Nos preguntamos si existen tales condiciones hoy, cuando el escándalo de la pobreza nos estremece por la rotundidad de sus dígitos. En un mundo globalizado en el que los medios de comunicación muestran la pobreza descarnada, cada día se temen más estallidos de  violencia que tengan su base en el hambre fuerte, enervante, escandalosa. La paz tiene su base en la justicia; sin ella no hay paz.