Editorial

Voz profética de la Iglesia ante la inmigración

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Publicado en el nº 2.675 de Vida Nueva (del 12 al 18 de septiembre de 2009).

El inmigrante es miembro de la Iglesia que lo acoge y, en ella, debe sentirse como en casa; para lo cual, las Iglesias locales han de disponer de los medios necesarios y oportunos para que la integración sea cada vez más efectiva y progresiva. Hay, cuando se habla del amplio y complejo mundo de la inmigración, un punto básico y fundamental que el cristiano ha de tener claro y ser prioritario: el inmigrante es hermano al que hay que acoger, siguiendo la más pura tradición bíblica y con la colaboración de las Iglesias de las que salen. El carácter universal de la Iglesia ayuda a esta tarea. Todo lo que rodea a la pastoral de las migraciones se ha de ver desde esta óptica, que ayuda, colabora y enriquece las políticas que en este campo desarrollan los más diversos países en sus legislaciones. Hay quienes lo hacen desde la pura filantropía y hay quienes lo hacen desde la responsabilidad evangélica. Para ambos, la labor es aún más prioritaria cuanto más aumenten las problemáticas de este amplio colectivo, que en muchos casos ha empezado a sufrir los zarpazos de propuestas legales que pueden afectar gravemente a su dignidad individual, así como a la de sus familias. “La visión economicista de las propuestas legales europeas está haciendo que los emigrantes se vean sometidos al vaivén de situaciones económicas coyunturales”, decían el pasado mes de junio los obispos miembros de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, quienes mostraban su preocupación porque “puede afectar al legítimo ejercicio de sus derechos humanos”.

Europa tiene en la inmigración un problema no resuelto y que con la crisis económica se ha agravado. La acogida, la integración de segundas generaciones, el fomento del diálogo en el que todos se enriquecen –más que la multiculturalidad–, el acercamiento a distintos niveles, ayudarán a superar los problemas que acarrean estos flujos migratorios que, acelerados también por el mundo mediático, vienen a repetir las olas migratorias de la historia de la Humanidad con sus valores y problemas colaterales.

El arzobispo Agostino Marchetto, Secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de Emigrantes e Itinerantes, responde a la entrevista que en este número le hace Vida Nueva con unas declaraciones importantes y llenas de sentido. Los ataques que ha sufrido desde la ultraderecha por la defensa de los inmigrantes contra ciertas políticas europeas, lo sitúan en el ojo del huracán. Son reflexiones basadas en la Doctrina Social de la Iglesia y en el magisterio pontificio. En ellas, los cristianos encuentran luz para abordar este problema sobre el que la Iglesia lanza su voz profética.

El extranjero, el extraño, el otro llega para quedarse y buscar su sitio. Los gobiernos no pueden hacer dobles categorías de ciudadanos.

A la defensa de lo propio, tiene que unirse la vocación universal del hombre. Conjugar ambas realidades es algo propio de la Iglesia, que vive lo universal en lo local y viceversa. La Iglesia no está muda cuando los derechos de los inmigrantes son pisoteados o cuando son dañados de forma sutil por leyes oscurantistas y xenófobas.