Editorial

América Latina: independencia y compromiso

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Publicado en el nº 2.671 de Vida Nueva (del 1 al 28 de agosto de 2009).

Es verdad que la historia de América Latina de los últimos 500 años no se entiende sin el cristianismo, como no se entiende sin él la Europa de los últimos quince siglos. Es más, en la segunda mitad del siglo XX, la Iglesia ha sido en el sur de América y en la zona del Caribe una referencia de justicia y trabajo con los más pobres, realizando, en ocasiones, una labor que pudiera parecer de índole política a los ojos de Europa, pero que, vista desde aquella realidad, no deja de ser parte de un compromiso evangélico serio y consecuente.

La labor misionera de la Iglesia en aquellos lugares ha ido acompañada de una promoción de la justicia que ha dado gigantescos testimonios martiriales. Cuando los historiadores aborden con rigor los últimos cincuenta años, verán en la Iglesia latinoamericana el más elocuente testimonio de evangelización desde los más pobres. Es una evidencia reconocida incluso por quienes le niegan de forma global un compromiso por la justicia, aliándola a los poderosos de la Tierra, y que, al hablar de su labor en estos países, hacen un paréntesis elogioso. Y tiene que seguir siendo así, en base a la fidelidad que la misma Iglesia debe guardar al mensaje liberador del Evangelio.

En los últimos años se va dibujando un nuevo panorama en aquellos países: lenta descristianización, mayor presencia de las sectas, aumento de la pobreza con sus nuevos rostros… Emerge, también, un nuevo perfil de gobernante que busca dar solución a los problemas, de ayer y de hoy, de estos países. Se han dado en llamar “bolivarianos” y giran en torno a una idea de independencia de los poderes internacionales. Es verdad que cada país del continente es un mundo y que los problemas se subrayan de forma específica en cada uno. Es verdad que no hay recetas comunes que pueden darse desde lejos, sino que han de ser soluciones concretas que se han de brindar con la participación de estos mismos pueblos. La celebración en algunos de ellos del bicentenario de la independencia de España, que comienza el próximo año, es una ocasión propicia para la reflexión conjunta.

La Iglesia tiene que seguir asumiendo el reto de la evangelización ante las nuevas realidades, con un talante abierto al diálogo fecundo, incluyente, en el que aporte nuevas visiones. Su papel no puede ser el del Estado, ni se la puede confundir con él. No debe caer en la tentación de servir de apoyo a régimen político alguno, ni convertirse en una fuerza política más. La atención a la gente, llegando, como hasta ahora, a los lugares de pobreza donde no están las instituciones, siendo voz de los sin voz, es un desafío permanente. No faltarán ocasiones, como también ha sucedido a lo largo de su presencia en aquellas latitudes, en que su voz profética habrá de escucharse aún a sabiendas de que la propia vida está en juego.

América Latina es un continente de esperanza en el que la Iglesia seguirá bogando mar adentro, embarcada en la misión continental que arrancó en Aparecida y que ha cuajado en un estilo de misión compartida entre sacerdotes, religiosos y laicos, que dará sus frutos siempre desde la independencia política y la fidelidad evangélica.