Editorial

Sin barreras físicas ni mentales

Compartir

Publicado en el nº 2.670 de Vida Nueva (del 25 al 31 de julio de 2009).

En muchas ocasiones, la falta de una rampa en un templo o en un salón parroquial para que un discapacitado físico pueda acceder al interior, se convierte en un paradigma de las barreras que aún hoy tienen que sortear muchos cristianos para sentirse plenamente integrados en la asamblea eucarística y sacramental, o en la misma Iglesia, recinto en el que todos han de vivir la comunión.

Las dificultades motrices no deben ser obstáculo para la integración total en la vida eclesial, ni deben frenar la vocación de muchos laicos que, ante estas barreras, pueden sentirse excluidos. Aún hoy en la Iglesia existen muchas barreas físicas y mentales, por lo que es necesario un esfuerzo conjunto para superarlas. La razón está en las mismas páginas del Evangelio en donde contemplamos a Jesús con un amor preferencial por los enfermos, a los que se acerca para sanarlos e incorporarlos a la plena comunión eclesial, haciendo que desaparezcan, ante todo, las barreras internas. Con Jesús, aquellos que se sentían excluidos, encontraron la puerta de la integración total. Quien hizo del abajamiento un camino excelente, sigue mostrando a la Iglesia la importancia de poder estar cada vez más cerca de los últimos para que así todos puedan entenderlo.

Vida Nueva se acerca hoy al mundo de las minusvalías y, para ello, ha conocido de cerca los esfuerzos de colectivos y asociaciones cristianas que luchan por la incorporación total de los cristianos con dificultades físicas o psíquicas a la vida de la Iglesia. Ha podido detectar, por un lado, la ingente labor de estos grupos y del voluntariado que hay a su alrededor, la mayoría jóvenes, que han encontrado aquí la forma de ser mano tendida y apoyo alentador, uniéndose así a la tarea que llevan a cabo una gran parte de grupos de cristianos que trabajan en estas lides. Este testimonio elocuente merece ser reconocido por parte de los responsables eclesiales, así como el respeto y reconocimiento de toda la Iglesia

Por otro lado, esta situación debe llevarnos a un aprendizaje. El mundo de la discapacidad aporta una visión nueva de las cosas. Ir con ojos bien abiertos, con deseos de aprender y enriquecerse de estas personas, es un camino que nos abre a dimensiones nuevas. Hay una sensibilidad especial en el que sufre cualquier tipo de enfermedad, que hace que su presencia aporte una luz nueva. Una figura cuyo proceso de beatificación se sigue en Roma, Manuel Lozano Garrido, Lolo, hombre ligado a esta casa desde sus inicios, creció interiormente en la medida en que crecía su discapacidad física. Su palabra y testimonio ofreció un valioso tesoro a la Iglesia.

Y en tercer lugar, hay un aspecto que no se debe descuidar: el esfuerzo que la Iglesia debe de hacer aún para que se eliminen las barreras objetivas que impiden que muchas personas puedan ejercer un servicio litúrgico adecuado en las celebraciones. Hay que poner la imaginación a trabajar para que los templos y lugares en donde se reúne la asamblea sean cada vez más abiertos; incluso en aquéllos que pudieran ser más difíciles por su carácter histórico-artístico, uniéndose a los esfuerzos de las administraciones públicas.