Editorial

Sacerdotes en el mundo para el Reino

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Publicado en el nº 2.666 de Vida Nueva (del 27 de junio al 3 de julio).

El año sacerdotal convocado por Benedicto XVI aprovechando el 150 aniversario del nacimiento de san Juan María Vianney es una ocasión propicia para la reflexión sobre el ministerio consagrado, sin miedos ni torpezas, y un momento adecuado para intensificar nuestra oración por los sacerdotes. Profundizar en el misterio y ministerio y orar al Señor no sólo para que guarde en su amor a quienes ha elegido para el ministerio sacerdotal, sino también para que continúe suscitando pastores en su Iglesia. Un año sacerdotal, pero también vocacional a la postre.

El arranque del año ha venido precedido por diversas noticias que muestran a las claras la debilidad de sacerdotes que, con nefandas y criminales actuaciones, han puesto en un brete al ministerio consagrado mismo. La gravedad de la falta, así como su extensión en diversos lugares de la Iglesia, ponen de relieve la necesidad de un mayor esfuerzo en la formación no sólo espiritual y académica del candidato al sacerdocio, sino también en la formación humana y en el necesario equilibrio psicológico de quienes, con una clara opción fundamental, se deciden por entregar su vida a Dios en el mundo y en la Iglesia. Razones ocultas, pseudoreligiosas y falsamente espirituales pueden no sólo dar al traste con la propia vocación, sino también dañar gravemente la imagen de un ministerio que ha de ser ejemplo, luz y guía en medio del pueblo de Dios. 

La situación, con ser grave, no debe de hundir en el pesimismo y pone de relieve, en el inicio mismo de este año consagrado al sacerdocio, que la fuerza se realiza en la debilidad y que el sacerdote tiene en Jesucristo los resortes necesarios para reavivar la gracia del ministerio recibido por las manos del obispo en vasijas de barro, pero con la grandeza de la gracia. Hermano entre hermanos, comparte con ellos la miseria y eleva sobre todos el inmenso don de la entrega. Este año puede servir para que, siguiendo la Presbyterorum Ordinis y la Pastores Dabo Vobis, se ofrezca la ocasión de vivir un sacerdocio orante, formado y entregado a la tarea evangelizadora.

La espiritualidad del sacerdote, hincada en el Evangelio, puede adquirir tonos diversos según los carismas. Hay modelos sacerdotales que han ayudado a entender el sacerdocio a lo largo de la historia, pero no deben primar espiritualidades concretas. Los presbíteros tienen en su propio ministerio la espiritualidad que les alimenta. El sacerdocio en la vida consagrada aporta riqueza a la Iglesia, una riqueza no excluyente; una riqueza que no se jacta sobre otras, sino que se pone sobre la mesa al servicio de todos.

El sacerdocio hoy en la Iglesia no puede bandearse a un espiritualismo desencarnado, que haga de sus acciones un puro ritualismo de casta haciendo hincapié en el medio, indumentaria o leyes solamente; ni debe confundirse. Sacerdotes metidos en el mundo, hacedores de puentes, orantes y dialogantes, en el corazón de la cultura, para evangelizar, como heraldos del Evangelio; para presidir la Eucaristía, pero sobre todo, para presidir a todos en el amor, especialmente con los más pobres.