Editorial

Simplemente laicos; ni más ni menos

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Publicado en el nº 2.662 de Vida Nueva (del 30 de mayo al 5 de junio de 2009).

El laicado no es un grupo más en la variedad de grupos y asociaciones que hay en la Iglesia y que le aportan riqueza en una eclesiología de comunión. El laicado no es, ni debe ser, un quintacolumnismo al servicio de eclesiologías excluyente tan en boga hoy. Tampoco una masa de bautizados con servilismo ciego al estado clerical. El laicado, perfectamente definido en el Concilio Vaticano II y en documentos pontificios posteriores -de forma especial en la Christifideles laici, de Juan Pablo II– es una forma de estar en el mundo como cristianos. Todos los bautizados hemos sido llamados a la evangelización, si bien es verdad que con misiones específicas cada uno, sacerdotes, religiosos y laicos. El nivel de implicación en la vida de la Iglesia no lo da la pertenencia o no a un movimiento determinado o a un grupo concreto, sino la participación, colaboración e implicación en la comunidad creyente que escucha la Palabra, celebra la Eucaristía y vive la radicalidad del amor. Todos trabajan en la misma Iglesia y todos están urgidos en la misma tarea, por la misma misión y el mismo amor. El quintacolumnismo es excluyente, mientras que un concepto de familia es integrador.

Pentecostés es la fiesta del laicado porque es el momento del encargo, de la tarea, del compromiso. El laico, imbuido en las realidades temporales, tiene como principal tarea untar de Evangelio las realidades en las que vive y convive: la familia, el trabajo, las asociaciones, la cultura, la política, etc. En el mundo, con el barro del mundo, pero sabedores de la misión. Ni más ni menos que el ministerio consagrado o sacerdotal; en las mismas condiciones. El Vaticano II lanzó de forma excelente, desde la Lumen Gentium y el concepto  de la Iglesia como “Pueblo de Dios”, un laicado responsable que cuajó doctrinalmente en el decreto Apostolicam Actuositatem. Hubo iniciativas por doquier que cuajaron en compromisos de formación y trabajo con grandes resultados. En muchos lugares, aquellas iniciativas cedieron para dar paso a un excesivo dirigismo clerical. Hoy se corre el riesgo de enfrentar a clérigos y a laicos, cuando no subordinar un estado a otro. El servicio en la misma fraternidad es el único criterio que ha de primar en momentos delicados en donde se atisba un nuevo clericalismo exacerbado, pero también un nuevo perfil de laicado excluyente, atrincherado y dogmático.

Este año, la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar pone el acento en una misión importante de todos, pero especialmente del laico: descubrir la dignidad de la persona, el derecho sagrado a la vida desde la concepción a la muerte natural, el derecho a la libertad religiosa y de conciencia, el derecho al trabajo y a una vivienda digna, la defensa y la promoción del matrimonio cristiano y de la familia, el desequilibrio ecológico, que puede hacer inhabitables determinadas zonas del planeta, o ante los problemas de la paz constantemente amenazada por el afán de poder, por el terrorismo y por las guerras. En este momento de crisis económica, que afecta de un modo especial a los más débiles, apuesta para que todos los cristianos denuncien las injusticias, buscando el bien común e impulsando un compromiso solidario.