Editorial

Gestos y deberes pascuales

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Publicado en el nº 2.656 de Vida Nueva (del 18 al 24 de abril de 2009).

Celebramos un año más la Pascua y un grito de vida y esperanza se levanta desde lo más profundo de la tierra. Cristo está vivo y no podemos buscarlo en la miseria de la muerte. Está vivo y presente en las circunstancias del momento, en el hoy en el que vivimos, nos movemos y existimos. Cuando escuchamos estos días pascuales los relatos de las apariciones de Jesús, vemos cómo hay un momento peculiar en el que, quienes habían compartido con Él “don y tarea”, lo reconocen ahora vivo y presente, y es en el momento de compartir. Se les abrían los ojos cuando Jesús compartía el pescado sobre las brasas o el pan y el vino sobre la mesa. Ardían sus corazones mientras les hablaba, pero sólo lo reconocieron al partir el alimento. Y los discípulos se pusieron pronto manos a la obra, compartiendo lo que tenían según las necesidades de cada uno. 

Una Iglesia de Pascua es una Iglesia que comparte no sólo la fe y la esperanza, sino también el pan, las fatigas, los dolores, los retos, los gozos, la vida entera de los hombres y mujeres, porque compartir es ya evangelizar. Esta actitud está en la raíz misma del cristianismo. Viendo cómo se querían es como decidían muchos incorporarse, bautizándose, a la comunidad primitiva, la comunidad del Resucitado, semilla del Reino en un momento incluso hostil y no exento de dificultades.

Cuando la Iglesia celebra con gozo estos días la Pascua del Señor, ni debe ni puede, por propia esencia, dejar de mirar -y reflexionar- las dificultades de la Humanidad. La Pascua nos invita a una mirada nueva, fraterna, comprometida, llena de esperanza y compromiso, y a levantar la voz profética en estos momentos de crisis económica que a tantos hermanos deja en situación de precariedad, especialmente a los más pobres. Es ahí en donde la Iglesia, a través de muchas de sus instituciones, tiene que volcarse prioritariamente. No se trata sólo de aumentar la ayuda económica, sino también de cambiar de mentalidad para que las comunidades cristianas vivan en el tono de las primitivas comunidades pascuales, en donde fraternalmente, tras recoger lo que cada uno ponía a los pies de los apóstoles, repartían lo recaudado. Es el momento en el que la Iglesia debiera plantearse, dada la situación, siguiendo los criterios evangélicos y apelando a la gran tradición que recoge la Doctrina Social, incluso poder enajenar algunos bienes para dar de comer a las víctimas de la crisis, víctimas diversas con rostros distintos. No es sólo un gesto, sino un deber.

En este sentido, el cristiano y la Iglesia tienen que mostrar todo su apoyo a las medidas que se adopten en estas circunstancias, iluminar las causas que han motivado la crisis con una visión profética, promover iniciativas y alentar un estilo de vida acorde con la fraternidad en situaciones difíciles. El excesivo ornato, el gasto superfluo, el derroche en la liturgia o en el culto, puede ser escandaloso en estos momentos graves en los que a la Iglesia le corresponde el sagrado deber de compartir el pan con los necesitados, alabanza agradable a Dios en esta Pascua de Resurrección.