Editorial

La Pascua de la Vida

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Publicado en el nº 2.655 de Vida Nueva (del 4 al 17 de abril de 2009).

Una nueva Pascua en la Iglesia, una nueva celebración para el renacimiento, la conversión y la renovación de nuestro seguimiento del Crucificado que vive. Una oportunidad para renovar nuestro amor confiado al Señor Jesús que ha vencido a la muerte y nos abre el camino de la Vida. Es Pascua y las huellas están abiertas para que pongamos nuestros pies sobre ellas. La Iglesia ha de recorrer el mismo camino de quien no haciendo alarde de su categoría de Dios se despojó de su rango… y por eso Dios lo levantó sobre todo. La Pascua es la bajada a lo más profundo de la tierra, a la muerte misma, y la subida a lo más alto del cielo, a la Vida en plenitud.

Hoy la Pascua tiene muchos caminos. Son todos aquellos caminos que el hombre recorre para vivir con dignidad. Son los caminos de quienes buscan la paz y la justicia. Son los caminos de quienes comparten el pan y la sal. Son los caminos de quienes se afanan en el silencio para compartir con los más pobres de entre los pobres el pan eucarístico amasado cada día entre lágrimas y cosechado entre cantares. Son los caminos de quienes comparten en el dolor y el sufrimiento los dolores de la humanidad sufriente. Son los caminos de los que devuelven a las personas la dignidad perdida y trabajan por ponerlos en la mesa del Reino. Hoy es Pascua en los corazones de quienes suben con Jesús a Jerusalén para compartir el Jueves Santo su mesa y su mandamiento de amor; para contemplar el Viernes Santo su cruz redentora, abierta al mundo del dolor para que los sufrimientos y las injusticias encuentren sentido en la entrega; para esperar en la tumba de Sábado Santo y el silencio sonoro de la madrugada del Domingo de Resurrección el grito que nos dice que Cristo no está muerto, sino que vive, y que nos dejemos de buscar entre los muertos al que es la Vida.

Una Pascua para buscar entre los vivos y lo vivo. Para dejar que la muerte quede muerta, porque muerte es todo aquello que está privado de amor, que se cierra al desbordante y generoso amor que no pide nada a cambio. Está muerto todo lo que no se deja seducir por el amor. Hay que buscar entre los vivos: en la sonrisa del niño, en el sudor del trabajador fatigado, en el lamento del que sufre, como invitaba Pablo VI a los sacerdotes a recoger esas nuevas realidades de Pascua. Cristo está vivo en donde un hombre trabaja y un corazón le responde. Hay quien dice que está muerto. Hay que decirle que vayan y vean que Cristo está vivo en los corazones vivos y entregados de los cristianos. Este entusiasmo, este optimismo, esta verdad es la que los cristianos hemos de proclamar con la fuerza de las obras y por encima de todo sentimiento patrimonialista. Cristo vive por encima de quienes se lo quieren apropiar. Su fuerza derriba fronteras, colores y grupos, y se ofrece a toda la humanidad.