Editorial

Una explicación “excelsa” por humilde

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Publicado en el nº 2.653 de Vida Nueva (del 21 al 27 de marzo de 2009).

La carta de Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre no era obligatoria, pero sí necesaria. Con ella, el Papa ha puesto de relieve un aspecto propio de su ministerio petrino, como es el de alentar a los hermanos en la fe, la esperanza y el amor, respondiendo igualmente a quienes se habían sentido extrañados, e incluso molestos, por la decisión; no sólo fuera de la Iglesia, sino también en el seno de la misma Iglesia, hasta en el círculo de sus colaboradores más íntimos. El mismo Papa reconoce que ha habido una contrariedad imprevisible, que se han superpuesto dos procesos, en referencia, por un lado, a la postura negacionista del Holocausto judío de Williamson, y, por otro, a que ha hecho falta una explicación más efectiva de la medida.

El Papa utiliza la pregunta para acabar expresando su postura y explicando al mundo su decisión. La cuestión estriba en si era o no prioritaria esta acción, que ha dado como resultado todo lo contrario de lo que pretendía, es decir, la reconciliación con un grupo de hermanos. Benedicto XVI, que aboga por un ecumenismo activo, no puede dejar de mirar a quienes, dentro de la Iglesia, se han autoexcluido y también para ellos ha de tener mirada de misericordia. La carta no es sólo una preocupación por la forma en que se recibió la medida. Es algo más. En ella aparecen varios aspectos fundamentales que el Papa se encarga de aclarar, como viene siendo habitual en él, encarando la polémica suscitada. 

En primer lugar queda claro el esfuerzo que debe seguir haciendo la Iglesia por explicarse mejor, sin ceder a intereses curiales que asoman como zancadillas para una comunicación ágil, abierta y propositiva en los conflictos que vayan surgiendo. En segundo lugar, el Papa aprovecha la ocasión para recordar la prioridad de su pontificado: hacer presente a Jesucristo en medio del mundo. Para lograr este objetivo, tanto el ecumenismo como el diálogo interreligioso son tareas urgentes. Las personas son antes que las doctrinas y hace una clara distinción entre lo disciplinar y lo doctrinal.  No desaprovecha la ocasión para recordar, en tercer lugar, una interpretación hermenéutica del magisterio conciliar como algo armónico y evolutivo. No como algo estanco.

Con esta carta nadie puede erigirse en vencedor, pues está escrita desde la sencillez, y es esa sencillez la que la hace “excelsa”. Es una carta oportuna, inteligente, humilde y aleccionadora. Muestra a un Papa dispuesto a escuchar el latido de una Iglesia dolorida y que ha reaccionado ante lo que podría haber sido una grave lesión a la identidad que ella misma se dio en el Vaticano II. Más allá de la carta, queda de manifiesto la necesidad de agilizar los cauces de participación en la comunión eclesial desde la participación y la corresponsabilidad en el ministerio petrino. Esta participación ayudará a hacer una Iglesia más creíble, que reconoce los fallos y pone remedio a ellos desde el más eximio de todos los preceptos, el amor que todo lo supera, lo entraña, lo une y que hace “esclavos” a unos de otros.