Editorial

El hambre en tiempos de crisis

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Publicado en el nº 2.647 de Vida Nueva (del 7 al 13 de febrero de 2009).

Cuando llega el mes de febrero, vuelve la solidaridad con el rostro de Manos Unidas.

No es la única iniciativa, pero es una de las más contundentes. Este año lo celebra con una mirada agradecida al pasado e ilusionada con el futuro al recordar el cincuenta aniversario de su nacimiento. Un grupo de mujeres de Acción Católica, apoyadas en el Evangelio, y como un compromiso vivo y eficaz, decidieron alzar sus manos y unirlas para concienciar a la sociedad de la importante tarea de la solidaridad y la fraternidad en el mundo, única vía para que el hambre desaparezca. Aquella iniciativa se ha hecho adulta y hoy es ya una realidad eclesial muy consolidada y reconocida que, desde la fuerza de la fe, busca transformar el mundo erradicando el escándalo de la pobreza.

Hacen falta muchas manos, decía la vieja canción. Los blancos, sus manos blancas, y los negros, sus negras manos. Manos que levanten y den de comer por encima de credos e ideologías. Manos que se unten con el barro de la pobreza pero que, también, denuncien en los limpios despachos en donde se programan presupuestos. El compromiso de los países del primer mundo para con los países pobres sigue siendo aún, en muchos lugares, una simple intención sin el menor atisbo de materializarse en la realidad. Los compromisos de los países ricos han logrado que en otros países pobres remitan los números de muertos por hambre viva, aunque no es suficiente mientras no se acuda a las causas que generan estas pobrezas que llevan a la desnutrición a un importante número de la población.

Este año, la campaña de Manos Unidas se ve amenazada por la crisis económica que nos asola y que hará menos generosos a quienes la padecen en el primer mundo. No puede ser la crisis una excusa para que remita la ayuda a quienes pasan hambre. Esta crisis, que se ha generado desde las altas instancias financieras y políticas del mundo, no debería servir de excusa para dejar en una mayor miseria a los países pobres que siguen luchando por condiciones alimenticias, sanitarias y sociales fundamentales. Y, sin embargo, el primero de los Objetivos del Milenio -el de la lucha contra el hambre- ha quedado ya seriamente tocado.

En el cincuenta aniversario de Manos Unidas, junto al agradecimiento y la felicitación a este colectivo valiente y lleno de energía, deseamos alentar a seguir en la brecha. Quien da incluso aquello de lo que necesita es más grande que el que da de lo que le sobra. No estamos en tiempos de sobras, pero sí en tiempos de reajuste, y en este reajuste, quienes pasan hambre han de ser, como lo fueron para el Señor Jesús, los primeros y los destinatarios de nuestra fraternidad.

Manos Unidas seguirá abriendo sus manos para recibir de unos y entregar a otros. Los sostiene la fuerte convicción evangélica de que cuanto hicimos con uno de nuestros hermanos, con Él lo hicimos. Es hora de continuar adelante con la fuerza y el aliento de la Iglesia, que sigue viendo en el hambre y la miseria el camino más claro de las consecuencias del pecado personal y colectivo. Hoy es no sólo una injusticia, sino un pecado grave y escandaloso el derroche ante tanta miseria.