Editorial

Hacia una Iglesia más laical

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Publicado en el nº 2.640 de Vida Nueva (del 13 al 19 de diciembre de 2008).

También los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo”, nos decía Juan Pablo II en la exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, de la que el día 30 se va a cumplir el vigésimo aniversario. El Concilio Vaticano II, superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a una visión decididamente positiva y dinámica de la vocación y de la misión de los laicos, quienes participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio ―sacerdotal, profético y real― de Jesucristo. Es éste un aspecto que, por desgracia, había sido olvidado y que, a día de hoy, algunos no terminan de asumir. El Sínodo de 1987 y la exhortación de Juan Pablo II profundizaron en esas intuiciones conciliares. ¿Qué ha sido de todo ello? Sin duda, la Christifideles laici es uno de esos documentos particularmente significativos que merecen ser considerados una y otra vez.

Es mucho lo avanzado en la incorporación de los laicos al funcionamiento ordinario de las estructuras pastorales. Hay que reconocer, sobre todo, el enorme esfuerzo realizado por casi todas las órdenes y congregaciones religiosas a este respecto, incluso con decisiones verdaderamente proféticas al situar a laicos al frente de instituciones y obras bien representativas. A lo mejor, el camino avanzado no ha sido tan amplio en la vida de algunas diócesis, ancladas en planteamientos clericales que no sólo no llevan a ninguna parte, que son absolutamente insostenibles por la falta acuciante de clero, sino que, además, no son coherentes ni respetuosos con las enseñanzas de la Iglesia: a veces se tiene la sensación de que ciertas enseñanzas magisteriales preocupan más que otras… Conviene hacer autocrítica porque, a lo mejor, no se comprometen activamente más laicos con el trabajo pastoral no tanto por falta de vocaciones para ello, sino porque los laicos, conscientes de la dignidad de su vocación ante el Señor, no quieren ser monaguillos de nadie.

En especial, como enseña la Christifideles laici, a la que dedicamos nuestro Pliego, los laicos tienen mucho que decir y hacer en el ámbito de la cultura. Por eso pide que estén presentes con la insignia de la valentía y de la creatividad en los puestos privilegiados de la cultura: lo que la exhortación post-sinodal (y antes el Vaticano II) escribe sobre las relaciones entre el Evangelio y la cultura representa un ideal práctico de singular actualidad y urgencia, que entre todos debemos hacer operativo. Pero no contribuirán a esta noble tarea ni las actitudes de recelo y sospecha ni las de quien piensa que sólo tiene que enseñar y nunca aprender, como tampoco las manifestaciones permanentemente bullangueras que se pueden escuchar en determinados medios de comunicación de titularidad eclesial (que nada tienen que ver con la provocación genuinamente evangélica). Como recuerda el texto papal, hay que madurar continuamente para que demos más fruto. Veinte años son una magnífica ocasión para, en la luz y en la fuerza del Espíritu, recordar, repensar y acoger con aires renovados el llamamiento de nuestro único Señor hacia una Iglesia más laical.