Editorial

Adviento para una crisis

Compartir

Publicado en el nº 2.638 de Vida Nueva (del 29 de noviembre al 5 de diciembre de 2008).

Cuando llega el Adviento, ¿hacia dónde dirigimos la mirada? A Belén y a los acontecimientos que narran Lucas y Mateo. ¿Por qué a Belén? Tal vez por enternecimiento del corazón o avivamiento de la ternura, a la que suele acompañar la nostalgia. Ternura y nostalgia son los grandes valores vividos por la mayoría, si no lo son el consumo desenfrenado, el simple ocio y las vacaciones. 

Los cristianos seríamos otra cosa. En Adviento nos preparamos para hacer memoria de los inicios de la presencia liberadora de Jesús. Pero la historia ha ido quitándole aristas a lo que comenzó siendo una historia de rechazo, pobreza y marginalidad y, por ello, de subversión en la manera de entender cómo es el esperado Salvator mundi. Allí hubo un niño y no un emperador; allí había una pareja humilde en estado irregular, y no una familia de las “de toda la vida y como Dios manda”; allí hubo exterioridad y exclusión porque “no había sitio para ellos” en la ciudad ni los medios para acoger con la seguridad adecuada a un nuevo ser humano; allí hubo la impureza legal de un establo y no la pureza ritual del Templo; allí hubo excluidos del culto por impuros, los pastores,  los primeros en reconocer a Dios presente en todo esto, y no “los pastorcitos de Belén”; allí hubo unos sabios extranjeros y no los maestros de la Ley; allí hubo mucha pobreza y debilidad, mucha violencia y mucha cruz, y la amenaza del poder político; allí hubo, finalmente, una familia que tuvo que emigrar buscando un mínimo de seguridad. 

Adviento es hacer la memoria subversiva de un resumen de lo que sería la vida adulta de Jesús. ¿Y qué Adviento celebramos? ¿No corremos el riesgo de edulcorarlo todo, quitándole lo más profundo de esa radical subversión de valores que es el Evangelio para poder seguir considerándonos felices, seguros y, ¡cómo no!, cristianos ante todo?

Pero si ya sería mucho renovar nuestra vivencia del Adviento, hay otro aspecto más importante. Adviento quiere también que miremos hacia un futuro que encierra una promesa, la utopía de que podemos vivir ya como si Dios mismo, en persona, fuera el rey esperado y llegado. A eso Jesús lo llamó el Reinado de Dios. Adviento no es tanto una mirada a Belén, a la primera venida de Jesús, cuanto prestar ojos y oídos a la promesa de su segunda llegada. Es el tiempo oportuno, el kairós, para soñar despiertos y avivar la esperanza. Es el momento de creer en la práctica, del comportamiento evangélicamente adecuado, de avanzar por los caminos de la paz, la igualdad y la justicia, de allanar los caminos para la llegada del Señor y para tantos otros hermanos, que ya sufren la crueldad de un sistema económico feroz, de modo que la situación les resulte menos dolorosa.

Adviento nos llama este año a la memoria subversiva de Belén, pero para mirar al futuro de manera que cada cristiano, y la Iglesia entera, salga de su auto-referencialidad casi autista y sea capaz de abrir las puertas de nuestras “posadas” si llama el Señor y mantenerlas siempre abiertas para que quien lo necesite pueda pasar a la sala común, acogedora y cálida, para sentarse a la mesa abundante y compartida del Reino. Incluso, tal vez, tengamos que salir a los caminos para invitarlos.